jueves, 19 de diciembre de 2013

Cancela que abre


Cancela insomne, Juan Ramón Torregrosa
Editorial Aguaclara, Alicante 2013

 Remontar hasta el flujo más tenue de la vida. Gorjeo de infancia en los oídos. Retroceder  río arriba, el río de la memoria que evocaba Pavese y en su nombre el autor. En esa navegación, biografías que acompañan, recuerdo contra olvido, verdad en sus mil formas. Ascenso que augura la próxima caída.
Envuelto todo en la niebla de irrealidad que es necesariamente la memoria.
Si no fuera.
Las palabras argamasa. Las palabras cola de pegar. Con  su punto de vértigo y siquiera.
Las palabras mármol de lápida, lo que fija el tiempo que se va sin parar un punto. Y la vida ese insecto, esa brizna de helecho milenario, ese latido de ámbar para siempre en el verso. Labrar la joya. Escritura. Aunque sea escritura del dolor; aunque el pasado no se corresponda exactamente con el refugio adonde se volvería sin dudarlo. Con el edén a salvo del golpe de la vida.
También los niños sufren, y desde ellos el adulto que algún día serán.
Respirar miedo.
Crecer sobre el miedo. Talarlo. Convertirse en el árbol.
Los columpios de los niños cuelgan de él. Campaneo de risas.
Y tus versos se aniñan para empujar su vuelo. Tus rodillas se llenan de magulladuras, de churretes tu cara. Flores de mercromina abren su brillo golpeado en la piel que tuviste.

“Al fin la niñez te alcanza”.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Y a veces... para qué 2.


“El boxeo es un acto antinatural porque todo va al revés. En vez de huir del dolor como haría una persona cuerda, das un paso hacia él.”, dice el personaje de Clint Eastwood en “Million dolar baby”.

La poesía es un acto antinatural y contra la cordura, pues en lugar de huir del dolor se bucea en él. Se rasca, se escarba, se ahonda en lo que nos desconcierta o lacera, en el envés del mundo, su rostro más oscuro, su nostalgia, sus pérdidas.
Con la cara cruzada por los golpes, con los labios partidos, los ojos tumefactos.
Retorcida, doliente, amoratada escribo.
Para un público que mira hacia otro lado, que busca puestas de sol y palabras que alaben la belleza del mundo. Cántico y no lamento.
Y yo desde la espina, con la lengua arponeada grito/escribo. No me alcanza la voz para cantar.
Mi sangre, mi sudor salpican a los indiferentes, a los absortos en el paso dulce de la luz entre las ramas; en el otoño que incendia los hayedos y reverbera sobre el mar. Ojalá pudiera convertirlo en poema.
Pero yo, triste, cuitada, ya no sé cuándo es de día. En mí solo noches son.

sábado, 9 de noviembre de 2013

A veces... para qué

Escribir. Luchar contra el desánimo. Contra el silencio, pared inexpugnable.
Pero hay que abrir el árbol, esparcir su semilla de palabras. Alzar la voz herida y hacerla pájaro, hacerla melodía a ras de viento, bandera de quien eres a pesar de ti misma.
Aunque el vacío avance, aunque no caigan nunca los muros ni se ablande su mueca de granito.
Jamás rendir el fuerte. Este alcázar de tiempo y poesía.

jueves, 31 de octubre de 2013

treinta y UNO

Se va otro mes con pena pero sin gloria -por no hacer mudanza en su costumbre-. Se va octubre el aciago y abre el portón noviembre, el de las castañas y fríoenrostro, el de los huesos de santo y las campanas doblando en homenaje a quienes nos dejaron, y a ver quién no camina con esas ausencias a la espalda, esas voces que se van alejando, esos ecos del eco y su caricia de aire...
Viene noviembre desde el mismo día uno pero no único, pues si el dolor va atenuándose, aún conserva su espuela para herirnos el costado, para hundir en el alma sus flores melancólicas, para deshojar entero el ramillete in blue de la añoranza.
Se cierra el mes.
Los niños celebran la fantasmagoría de quien desconoce el helor de la muerte.
Los adultos, la de quien burla lo que más teme para aferrar la vida.
Tres días para pasar despacio. Para ahogarse en su eclipse.
Y descansar sin paz.
Bonjour, noviembresse.


martes, 15 de octubre de 2013

Me voy haciendo arena, los pulmones de arena.
Encontrando placer en el silencio.
Me voy haciendo sombra, los párpados en sombra.
Encontrando refugio en la ceguera.
Tanto he gritado que la voz se ha hecho quiebro, merodeo de notas y garganta.
Y las lágrimas empeñaron su sal con interés de usura.
Mejor callar. Hundir la lengua en sal, cristalizar el llanto, (hacerlo piedra dura que no siente).
Detener a pie enjuto el desierto que avanza.

domingo, 6 de octubre de 2013

"Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada"


A José Luis Ferris le gustan las mujeres. Vaya obviedad. A José Luis Ferris le gusta también recitar el poema de Dámaso Alonso Mujer con alcuza. Y creo ir entendiendo por qué. Aunque a lo mejor él no ha reparado en ello. En lo segundo. O a lo mejor sí.

¿Recordáis?

 Ah, por eso esa mujer avanza (en la mano, como el atributo de una semidiosa, su alcuza),
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un
bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.
...

 Desde hace varios años y con admirable esfuerzo, José Luis  Ferris se ha empeñado en ser en cierta manera como esa mujer del poema, alguien que, abriendo con amor el aire, arroje luz que avente las nada imparciales sombras con que la historia ha velado a muchas de las mujeres entregadas al arte. Con  la llama de su pasión por contar entre las manos, ha conseguido que ese fulgor callado reluzca con vigor propio, que la modesta alcuza se transforme en lámpara maravillosa. Ellas estaban ahí, es cierto. Pero ¿quién las veía?

 Aunque haya quien sostiene, como Iris Murdoch, que todo cuanto tiene valor es secreto,  con la labor de Ferris no hemos asistido a una depreciación de Miguel Hernández o de Maruja Mallo.  Al contrario. Porque todo cuanto tiene valor termina por dejar de ser secreto o, perogrulleando un poco más, todo cuanto tiene valor tiene valor, sea o no secreto. Pero siempre será necesaria la figura de quien, con rigor y tiempo, investigue, rastree, alumbre. Lo vimos con Miguel Hernández. Pasiones, cárcel, y muerte de un poeta en 2002 y con Maruja Mallo en 2004.

Ahora, en Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada, -título revelador que abunda en la pasión-  el autor, con narración tersa y su habitual proximidad, más de cómplice que de forense, nos hace partícipes de ese secreto. Abre una caja donde duerme minúsculo, concentrado en su latir, el misterio valioso de una vida: la obra, la ambición, la confidencia, el aliento, las dudas, la pasión, la renuncia, la porfía, los fracasos de una mujer y una escritora, no de un emblema o un nombre apolillado en las páginas de la Historia de la Literatura. Un nombre más. Porque padecemos superávit de nombres, de listas, de inventarios. Y queremos el pálpito humano, la creación en su fuente, la voluntad que se yergue una y otra vez por inverosímil que parezca.

         Eso nos ofrece este libro entre tantas otras cosas. Sus páginas desbrozan un territorio desconocido para el lector, lleno de atractivo, de ejemplos de vida, de desolación. Y es a través de las palabras de la propia Carmen como nos llegan en aluvión las confesiones. Oíd si no:

 Es una tristeza infinita. Una tristeza inmensa. Una melancolía lacerante que mata mis ilusiones. Una pena insana. Una pena sin causa...

No tengo ganas de vivir. Ni de ver. Ni de sentir. Estoy muy triste, muy apenada... Tengo la tristeza de los vencidos. La amarga tristeza del impotente ante su destino inexorable. (...)

 Desde el apagamiento de quien se ve derrotada hasta el alzarse en pie de guerra, en pie de amor, con las ilusiones de nuevo intactas. Infancia, lucha, pobreza, amor, conflicto, abandonos, más lucha. Los sueños que se escapan, la fuerza. (¿Hay alguien más fuerte que una mujer fuerte?). La responsabilidad. Los lastres. Y aún más lucha. Sísifo cuesta arriba con la roca conyugal. La negación de una misma, estrangulando el sentimiento con el lazo de seda de la culpa. Cajas que Ferris abre. Cajas que exhalan un aroma de memoria marchita. De dolor. De verdad sin careta.

De tanto penar para morirse uno.

 Este penar, este devenir, los recoge el biógrafo con las mariposas de los títulos, cuyo revoloteo conduce al lector por cada una de las peripecias de la larga vida de la escritora. Son, algunos de ellos, hallazgos felices y reveladores: Las manos heridas de la pobreza; Todo está en los libros; Amores de azúcar; Oro en las manos; Amor que mata despacio; Camino del mundo soñado; Días de luto y rosas; Amiga de la primavera o El tiempo de la venganza, por señalar unos pocos que van pautando una trayectoria contracorriente. Plagada de contradicciones y renuncias a favor de una obra. De un sueño. Aun  a costa de la incomprensión de los más próximos. Escuchemos, por ejemplo, la voz de Antonio Oliver Belmás:

No vives más que para ti. No basta con la presencia corporal si la espiritual está en otra parte. Lo que te digo es que me hace falta que me seas más íntima, más de mi carne y más de mi espíritu. No enarboles tanto tus conquistas, tus derechos de mujer moderna; sé mía -MÍA-. ¿Has oído alguna vez una palabra como esa?(...) No quiero luchar más. A mi lado, haces falta. Que te quieres ir con lo otro, con lo que te llama, te vas. Vete. Bueno, ya nos veremos. Algún día me buscarás.
 O:

Te quiero mujer, totalmente mujer, es decir, entregada.

 Podemos pensar que está ya todo dicho. Que la investigación literaria es una representación a puerta cerrada donde figurantes distintos desmenuzan una y otra vez las mismas obras de los autores de siempre. Pero no. Hay vidas tras el legajo y la aridez teórica. Y todas pasan, las vidas plenas y las vidas amargas. Su cosecha medra, si ha de medrar, en la memoria de otros. Carmen Conde tejió la suya con fibras de esperanza y de olvido, como todos nosotros. Pero su voz permanecía callada, esperando. Hasta que un hombre con una alcuza volcó luz sobre el lado oscuro. Para que no muera del todo. Para que el silencio sea vencido por la palabra. Y nos hable. Y todos conversemos.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Una lectura (nada sesuda) de ADONIS

                         Travesía de la arcilla
               

 
 
           Una lectura de ADONIS
  
Un hombre escoge su propio nombre y así, sin premeditación, escoge patria y universo donde situarse. Se rehumaniza desde la poesía, desde la libertad para crearse y construir a un tiempo nombre, yo, patria y universo.
Porque a veces suelo, identidad, religión son sílabas desde las que nos pronuncian y restringen. Y debe ser, y lo es sin duda el poeta, esa alma capaz de elevarse sin admitir más ancla que el vuelo.
Singulares, dijo uno que es muchos a la vez: los poetas que le han dado la voz, pero también tradiciones, mitos, los siglos a la espalda y la mirada actual, las mujeres en su reducto femenino, cada piel abierta al sentir multiplicado, que en el creador auténtico cobra pulsión de enjambre.
Uno y todos, los al ras y los sumergidos, buscan conocimiento y buscan luz, fuego de los sentidos y misterio. No niegan lo que describe al hombre. Lo realzan.
Primer cuerpo desde el origen genesíaco. Pero no hay cuerpo único. La materia forma al niño, el niño da su sangre a la tierra. De tierra y sangre se moldea otro cuerpo. Juntos, constituyen un hombre. Ahí el mito de Eva y Adán. Y desde entonces, un mismo ser errante con dos cuerpos.
Desabrochó la tierra sus botones, anduvo
libremente en nuestros pasos.
Cuando nos preguntó, dijimos:
                        “Tierra nuestra, el amor conocemos. Trajimos
                        nuestra arcilla del polvo de sus lindes, trajimos
                        el hechizo de la luna errabunda en su período y entre nuestros dolores,
dibujamos
sus miembros invisibles
en los nuestros.
 
He aquí nuestra tierra:
                        Ansiamos que el amor ame sus nombres
                        como se recogieron
                        en todos los cuadernos de sus días.
 
De ese modo, cuerpo a cuerpo en la más imprescindible de las batallas, va el ser humano, va el poeta a su último mar. Sensualidad de isla, de palmeras, de playas del pensamiento hacia las que se orienta la búsqueda del navegante. Viajar al naufragio.
Océano los ojos que nos aman.
 
“Desde la nada,
allá donde el sentido
yerra por los desiertos,
llega el amor, extraño, como siempre,
mayor de cuanto imaginamos, más excelso.
 
¿Hay refugio posible en estas brasas?”
 
Pues es la vida un permanente viaje del amor al amor, menudo hallazgo. Puentes y laberintos facilitan y truncan.
Pedimos manos, pedimos ovillos de devanar, pedimos la confianza perdida. El amor, lo absoluto.
Todo lo da.
De todo nos despoja.
Sin él no es fácil proseguir. Con él es improbable no llorar.
 
“-Mis sendas se remontan a ti, mis sendas hacia ti
son ruinas, desiertos.
Ya no podré llegar,
mi lugar es extraño,
también las estaciones de mis días
se van haciendo extrañas.
 
Toma otra vez mi mano,
dame otra vez la tuya,
ya no podré llegar.”
 
A veces el viaje tiene la dimensión exacta del infierno. Las piedras se hacen filo, las ramas cortan la piel y el trayecto solo conduce al nunca.
Ese desierto cuyas arenas hirvientes impiden el avance.
Los cuerpos cierran su frontera. Alambran la mano tendida en su inocencia. Del hilo telefónico cuelga el cadáver de lo que ya no se dirá.
La luz se eclipsa.
 
Levantarse de dónde,
caer a tierra
agusanar la forma. La crisálida eclosionó en vacío. En ese ser sin alas que se arraiga en el suelo que lo encierra.
 
Él perdió el lugar y el rastro
casi pierde su cuerpo
            ahora no es más que un epitafio en el que están
grabados unos talismanes
            que se parecen a unas huellas de hormigas:
¿y tú también le rechazas, oh lenguaje?
 
Cuando se pierde todo, ¿se pierde también la voz? ¿O es entonces cuando estalla el grito en toda su desgarradura?
Cuando se ha perdido hasta la esperanza, nada mejor que un libro, muchos libros. Como una travesía de la arcilla a la luz.
Es la estrella polar del navegante,
la que guía a los magos al enigma,
al huérfano a los brazos de su nostalgia primera,
al moribundo al centro de su pánico.
Sea poesía.
Recorrer el espacio con el libro en las manos. Sumergirse en su estanque, beber su agua de vida. Y encontrarse de nuevo en el inicio. Pez que en sus boqueadas de asfixia halló el río, trazó el arco, fue flecha de aire y plata.
Con el poeta que escogió su nombre, atravesar un país como mercader que arrastra sus fardos, que intercambia su mercancía, que se aventura. Arriesga.
Dejar lo que uno lleva consigo –mirada y sueños- para obtener a cambio el tesoro de la mirada nueva. Saber lo justo. No seguir una ruta empedrada de prejuicios. La provincia romana del oro y la corrupción. De las bellas ciudades como flores del desierto. De los mitos. De la literatura. Hay que llegar.
Camino de Damasco el caballo fue clemente. Ya me había derribado en Babilonia, en Bagdad, en Petra. En la ruta calcinada que atesora en sus arenas toda la historia, su almíbar de leyendas, biblias y gilgamesh, sherezades de hilares milenarios.
Sherezada
solo canta a la herida que le crece en el pecho
y se entretiene así, degustando sus juegos.
 
Camino de Damasco, de Jherasa, de Palmira, el caballo me permitió montarlo y acrecer mi estatura. Para mejor absorber, de igual a igual, un nuevo mundo, tan viejo al mismo tiempo, de donde mana el sueño del viaje. De todos los viajes.
 
Mas “sal ya de los libros”:
le dijo ella a su amiga,
y comenzó a elogiar
            la pluma, la tinta y la escritura.
 
Y salí. Salí de lo que más amaba, de lo que me anclaba. Para incorporarlo al movimiento. Para ser desde él la mujer otra.
Porque cuando cierras ese libro que te ha devuelto a la luz, la vida vuelve a enseñorearse, a desbordar compuertas.
En la cadencia de un decir. Desde la lengua en llamas de un poeta.
 
 

 

viernes, 20 de septiembre de 2013

Un paseo con José Luis Morante


NINGUNA PARTE Y TODAS

I.                   Patologías

Caminar masticando derrotas. Sin mirar atrás. Sin apreciar si algún sabio recoge los despojos de estos despojos vuestros.
Ya no es tiempo de esplendor en la hierba. En la cuneta restos de mil batallas, del paso de tantos caminantes. Maleza de los años. Enfermedad y dolor como meta.

Atraviesas las pérdidas. Sin brújula, sin faro. Atraviesas tu propia finitud.
La noche ha dejado de ser la confidente de silencio estrellado, la carcasa íntima que vela y encubre. El vientre.

Es la garra de la vigilia.
La salmuera de la vigilia. Su sábana empapada.

Nadie vuelve a ciudades que no existen, afirmas. Agua humana que fluye sin regreso posible.
Salvo el poeta, añado. Que las convierte en mundos habitables.

¿Quién no se ha alojado alguna vez en ellas, las construidas por palabras de todos?
Unos erigen fantasías donde acostarse tras el largo camino, siempre largo para llegar a dónde.

Otros, la casa del dolor. Decoran con caricias desgarradas, con traición y adioses el recinto alzado como otros se destruyen: a orgullo, a fuego, a olvido.
Caminar por ellas con los trebejos del oficio. Argamasa, ladrillo, carne doliente, arena sobre la cal, sangre en los dedos con que marcar las puertas: no, pasa de largo, ángel exterminador de cualquier esperanza. Vete.

II.                Deshielo

Y un día el paisaje se ensancha, se amazona. Los ojos consabidos desconocen. La mirada destella con luz nueva.
Es lo mismo pero escrito con otra tinta.

La búsqueda se aplaca. Se adormece la fiera.

          III.             Piedra caliza

Conjurar los miedos zambulléndonos en ellos. Correr hacia el precipicio, esbozar el salto. Juego de la lápida y la memoria cincelada.
Mueca de las mandíbulas desnudas.

Miedo mortal a ese silencio sin nosotros en el que se quedarán los pájaros, sí. Pero ¿para quién su canto?
 
         IV.              Y todo lo demás

No existen las palabras con que cerrar un libro. Como no existe losa que sepulte una vida que se apuró hasta el fondo.
El espíritu viaja.

y lleva las palabras en su vuelo.

 Se escribe con dolor. Sobre el dolor se escribe. Quien canta lo que pierde derrota a la derrota. Quien ensalza la vida está desperdiciando sus laureles.



 

sábado, 14 de septiembre de 2013

Isla Hallazgo


Es difícil no habitar en Isla Decepción, esa casa mental.
Sus playas están pobladas de náufragos con las cartas de marear trastocadas por la literatura, abarquilladas por efecto de la humedad y la melancolía. Fantasmales de noches y calles y pianos y derivas y lecturas.
Se  llega a ellas a cualquier hora, aferrados al leño o acaso en un tren de madera que nació, sin saberlo, para el confín del agua.
Es difícil no hacer de Isla Decepción patria invisible. Suma de patrias para quien no conoce más banderas que las que flamean en las páginas que ama.
Que permiten, a su vez,  amar lugares y personas desconocidos. Conjurar desde ellos los embates del desconcierto y de la soledad.
Saltar en el vacío. Congelar el abismo, beberse su frappé.
Pues leer es mirar de otra manera.
Una mirada abre el pensamiento.
El pensamiento es la llave de un mundo por vivir.
No siempre acertamos con la llave. No siempre el libro que cae en nuestras manos lleva su carga de palabras y arena con que labrar la casa.
Castillos en el aire las palabras. Tantos libros. Y tan pocos los que atrapan esa gota de alma en su caída.
Pero la ruta no se detiene al alcanzar la orilla. Hay que alejarse de la canción del agua, de cuya voz sirena solo se obtienen inmovilidad, resignación. El afán de quedarse.
Hay que huir. Adentrase, desbrozar las preguntas.
Quebrar su cristal.
Entonces, el lector baja al ruedo, compromete su carne. Teme y al tiempo goza, como temió y gozó aquel que tomó la decisión de desnudar su mundo a los ojos de todos. Su isla de decepción y acasos.
El lector debe amar. Y ser herido en el gesto de amar. Compartiendo sus Ítacas, sus naufragios también. El profundo misterio de la vida.
Bajo una misma mirada, la de quien da y la de quienes comulgamos lo ofrecido.
En esa aura aún, cerrar el libro. Isla Decepción contradice su nombre: no defrauda.
Desde ella agradecer a Rafael Fombellida la generosidad con que nos ha dejado ser, por unos días, peregrinos de su mismo santuario.

viernes, 9 de agosto de 2013

Agosto y sombras



A veces el cielo es tan azul, el agua tan transparente que resulta inevitable habitar en la luz. La sombra se deslíe, pierde esa consistencia pastosa que apesara la respiración.
Los habitantes de la oscuridad desaparecen. O quizás no. Es el ojo el que engaña, ve lo que quiere ver.
A veces la vida solo nos muestra un ángulo, el de roce de seda, el íntimo, el que no sabe herir.
Y la piel se confía. Se ofrece con ronroneo felino. Cree que el azul, la transparencia son, no solo están.
¿Cómo aceptar entonces que lo oscuro nunca se va del todo, que la luna permanece en el fulgor del día y que la mano que nos acaricia sabe también torcerle el cuello al cisne de la confianza y desplumar sus sueños?
Es un aplazamiento.
Esta brisa que los mece, alguna vez deshojará los árboles.
Arrastrará los cuerpos de los pájaros.
Y mi dicha con ellos.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Cuaderno de interior


 

Cómo se reconoce una en el desasosiego de voces ajenas, en la búsqueda incesante de nosequé  que parece que llega y no, y se escurre, y salta burlón a la baldosa siguiente sin dejarte ni su harina en los dedos.

Y mientras, pasan los años y pasan y hacia dónde en este juego absurdo y para qué.

 No estoy sola. No soy ejemplar precioso de una especie al borde de la extinción que no encuentra acomodo en ningún clima, al que le son hostiles los soles de la compañía y las brumas de la soledad.  Al fin, un alma no es de materia única e inconsútil, sino que está cortada a la medida de otras almas, lacerada por sus mismas costuras. Los días desorientados, iguales unos a otros en su inanidad, no son cosecha de una sola vida, sino peones en un ejército de vidas parecidas. No sé quién nos cría, pero siempre terminamos por juntarnos.

He leído Cuaderno de interior, de Ricardo Virtanen. Su devenir frenético de la música a la vida, de la literatura a la vida, de la crítica a la vida, de la pintura a la vida, del trabajo a la vida, del estudio a la vida, de la vida a la vida. Imparable mosaico.

Y todo incertidumbre y ahoraqués. Palos de ciego en busca de la luz, soledad que no sabe estar sola, compañía a quien la compañía aún le viene grande.

A eso iba: a cuánto hay de mí en ese desasosiego. Menos versátil el mío, sin duda, pero lastrado por el mismo afán de un algo que se desdibuja cuando se consigue. Que cierra unas para abrir fronteras nuevas; pues la mano de la princesa siempre es inalcanzable y su castillo es el de Irás y no Volverás, donde flamea la decepción. Y nosotros, héroes pequeños del día a día. Bastante tenemos con levantarnos y seguir sosteniendo el estandarte.

Ahora bien, desde ese ser dubitativo Ricardo desarrolla una actividad constante y unos afectos fijos,donde brillan con luz propia la amistad y la paternidad. La pasión por la música, la curiosidad crítica, el sesgo letraherido.

Y otros que pasan, siguen pasando como trenes perdidos o amores que nunca fueron el Amor pero hieren la aurora con similar piqueta.

 Lo cotidiano velado por la gasa de la melancolía. Luego, el hallazgo de un libro, una música amable, un licor escanciado en copa de amistad "salvan el día" y suavizan su crueldad. La gasa se levanta y pasa página hasta la próxima desolación.

Al fin y al cabo eso es un diario ¿no? Esa memoria. Esa reflexión. Esas vacilaciones. Sujetar los minutos. Volar con ellos a la caza de cómplices. A su captura.

Como estas mismas palabras con las que conjuro todos los demonios de la soledad.

Lo que decía: una vida. Que lucha, en su sueño de altura, por resultar única. Tan única al menos como la nuestra es. Irrepetible.
Y leerla es compartir el agua y compartir la sed.


 

lunes, 29 de julio de 2013

Añorando la nieve

Hacer hielo, escribe Miguel Ángel Curiel. Hacer sólido lo que se escapa entre los dedos. Darle a lo frágil apariencia de eternidad.
Esa añoranza de un frescor que ahora parece amable. La muerte bajo el hielo detiene el instante de la belleza.

Una huella en la nieve, ¿es eso todo?
El paso por la vida que cubrirá otra huella.
Y más nieve y memoria y tanta, al cabo, 
nieve que cubre, que se desmorona
y luego nunca más, senda de nadie.

jueves, 25 de julio de 2013

No sabes cómo, pero un día sucedió. Esa metamorfosis por la cual tu espejo dejó de ser tu espejo. Y empezó a reflejar solo extrañeza.
Oigo gatos fuera. Sus maullidos feroces hablan de rabia y celo. Solo puede haber un ganador. Y la hembra que lo espera.
Acaso el amor humano sea también así. Mis garras desgarrando tu piel, tus garras llevándose mi carne. Las palabras más crueles. Mientras los años se disuelven sin dejar ni la espuma del afecto.
Frente a frente. Ya nunca mano en mano.
Se han callado los gatos. Ningún vencedor entona su triunfo ante la indiferencia de la noche.
Si ha habido muerte, si ha habido miedo, si hay desilusión, fluyen en silencio.

"Que haya un cadáver más, ¿qué importa al mundo?"

martes, 23 de julio de 2013


Solo he visto luciérnagas en Alemania. Un paseo nocturno a las afueras de algún lugar que ya he olvidado me acercó esa fosforescencia verde. Y mi mano fue la pantalla de piel que transportó su llama.
No había ansias en amores inflamando la noche, sino un viaje hacia la desmemoria, como si huir del dolor lo aminorara.
De repente volvió. De esa manera. Un gusano de luz que se vino conmigo como el que me roía el corazón.
Las habrá en otros sitios, no lo dudo. Pero no para mí. Serán las experiencias, los recuerdos de otros. A mí me pertenecen mi paseo, mi noche, mi luciérnaga, mi verdinosa luz. Y las palabras con que logro evocarlos.

sábado, 20 de julio de 2013


Lunar, alunada, lunática
Pero luminosa.
Impredecible.
A veces me sorprende la noche en la calle, pocas veces.
Al levantar la vista allá está ella. Riéndose.
Crees que ha sido casualidad -me dice- pero yo te he llamado.
¿Y cómo resistirse a su grávida voz?
Ciclos de luna, ciclos de alma, ser regulada en la irregularidad. Saber que algo decide donde la voluntad no alcanza.
Esta noche me observa su fulgor. Escribo con sus dedos, la respiro.

Alunada, lunática. Lunar.

 


viernes, 19 de julio de 2013

Huérfana


Soportar la tormenta. Todas las tormentas interiores. Desplegar la resistencia. Ya escampará.
Mientras tanto gozar de la belleza de esta lluvia de verano , de su embriaguez de ozono. Los pulmones, ellos también,  saben del aroma de la libertad.