I.
Patologías
Caminar masticando derrotas. Sin mirar atrás. Sin
apreciar si algún sabio recoge los despojos de estos despojos vuestros.
Ya no es tiempo de esplendor en la hierba. En la
cuneta restos de mil batallas, del paso de tantos caminantes. Maleza de los
años. Enfermedad y dolor como meta.
Atraviesas las pérdidas. Sin brújula, sin faro.
Atraviesas tu propia finitud.
La noche ha dejado de ser la confidente de silencio
estrellado, la carcasa íntima que vela y encubre. El vientre.
Es la garra de la vigilia.
La salmuera de la vigilia. Su sábana empapada.
Nadie
vuelve a ciudades que no existen, afirmas. Agua humana
que fluye sin regreso posible.
Salvo el poeta, añado. Que las convierte en mundos
habitables.
¿Quién no se ha alojado alguna vez en ellas, las
construidas por palabras de todos?
Unos erigen fantasías donde acostarse tras el largo
camino, siempre largo para llegar a dónde.
Otros, la casa del dolor. Decoran con caricias desgarradas,
con traición y adioses el recinto alzado como otros se destruyen: a orgullo, a
fuego, a olvido.
Caminar por ellas con los trebejos del oficio.
Argamasa, ladrillo, carne doliente, arena sobre la cal, sangre en los dedos con
que marcar las puertas: no, pasa de largo, ángel exterminador de cualquier esperanza.
Vete.
II.
Deshielo
Y un día el paisaje se ensancha, se amazona. Los
ojos consabidos desconocen. La mirada destella con luz nueva.
Es lo mismo pero escrito con otra tinta.
La búsqueda se aplaca. Se adormece la fiera.
Conjurar los miedos zambulléndonos en ellos. Correr
hacia el precipicio, esbozar el salto. Juego de la lápida y la memoria
cincelada.
Mueca de las mandíbulas desnudas.
Miedo mortal a ese silencio sin nosotros en el que
se quedarán los pájaros, sí. Pero ¿para quién su canto?
IV. Y todo lo demás
No existen las palabras con que cerrar un libro.
Como no existe losa que sepulte una vida que se apuró hasta el fondo.
El espíritu viaja.
y lleva las palabras en su vuelo.
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