Se va otro mes con pena pero sin gloria -por no hacer mudanza en su costumbre-. Se va octubre el aciago y abre el portón noviembre, el de las castañas y fríoenrostro, el de los huesos de santo y las campanas doblando en homenaje a quienes nos dejaron, y a ver quién no camina con esas ausencias a la espalda, esas voces que se van alejando, esos ecos del eco y su caricia de aire...
Viene noviembre desde el mismo día uno pero no único, pues si el dolor va atenuándose, aún conserva su espuela para herirnos el costado, para hundir en el alma sus flores melancólicas, para deshojar entero el ramillete in blue de la añoranza.
Se cierra el mes.
Los niños celebran la fantasmagoría de quien desconoce el helor de la muerte.
Los adultos, la de quien burla lo que más teme para aferrar la vida.
Tres días para pasar despacio. Para ahogarse en su eclipse.
Y descansar sin paz.
Bonjour, noviembresse.
jueves, 31 de octubre de 2013
martes, 15 de octubre de 2013
Me voy haciendo arena, los pulmones de arena.
Encontrando placer en el silencio.
Me voy haciendo sombra, los párpados en sombra.
Encontrando refugio en la ceguera.
Tanto he gritado que la voz se ha hecho quiebro, merodeo de notas y garganta.
Y las lágrimas empeñaron su sal con interés de usura.
Mejor callar. Hundir la lengua en sal, cristalizar el llanto, (hacerlo piedra dura que no siente).
Detener a pie enjuto el desierto que avanza.
Encontrando placer en el silencio.
Me voy haciendo sombra, los párpados en sombra.
Encontrando refugio en la ceguera.
Tanto he gritado que la voz se ha hecho quiebro, merodeo de notas y garganta.
Y las lágrimas empeñaron su sal con interés de usura.
Mejor callar. Hundir la lengua en sal, cristalizar el llanto, (hacerlo piedra dura que no siente).
Detener a pie enjuto el desierto que avanza.
domingo, 6 de octubre de 2013
"Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada"
A José Luis Ferris le
gustan las mujeres. Vaya obviedad. A José Luis Ferris le gusta también recitar
el poema de Dámaso Alonso Mujer con
alcuza. Y creo ir entendiendo por qué. Aunque a lo mejor él no ha reparado
en ello. En lo segundo. O a lo mejor sí.
¿Recordáis?
abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza exquisita,
como si caminara surcando un trigal en granazón,
sí, como si fuera surcando un mar de cruces, o un
bosque de cruces, o una nebulosa de cruces,
de cercanas cruces,
de cruces lejanas.
Desde
hace varios años y con admirable esfuerzo, José Luis Ferris se ha empeñado en ser en
cierta manera como esa mujer del poema, alguien que, abriendo con amor el aire, arroje luz que avente las nada
imparciales sombras con que la historia ha velado a muchas de las mujeres
entregadas al arte. Con la llama de su
pasión por contar entre las manos, ha conseguido que ese fulgor callado reluzca
con vigor propio, que la modesta alcuza se transforme en lámpara maravillosa.
Ellas estaban ahí, es cierto. Pero ¿quién las veía?
Ahora, en Carmen Conde. Vida, pasión y verso de una escritora olvidada, -título revelador
que abunda en la pasión- el autor, con
narración tersa y su habitual proximidad, más de cómplice que de forense, nos
hace partícipes de ese secreto. Abre una caja donde duerme minúsculo,
concentrado en su latir, el misterio valioso de una vida: la obra, la ambición,
la confidencia, el aliento, las dudas, la pasión, la renuncia, la porfía, los
fracasos de una mujer y una escritora, no de un emblema o un nombre apolillado
en las páginas de la Historia de la Literatura. Un nombre más. Porque padecemos
superávit de nombres, de listas, de inventarios. Y queremos el pálpito humano,
la creación en su fuente, la voluntad que se yergue una y otra vez por
inverosímil que parezca.
Eso nos
ofrece este libro entre tantas otras cosas. Sus páginas desbrozan un territorio
desconocido para el lector, lleno de atractivo, de ejemplos de vida, de
desolación. Y es a través de las palabras de la propia Carmen como nos llegan
en aluvión las confesiones. Oíd si no:
No tengo ganas de vivir. Ni de ver. Ni de sentir. Estoy muy triste, muy
apenada... Tengo la tristeza de los vencidos. La amarga tristeza del impotente
ante su destino inexorable. (...)
Desde el apagamiento
de quien se ve derrotada hasta el alzarse en pie de guerra, en pie de amor, con
las ilusiones de nuevo intactas. Infancia, lucha, pobreza, amor, conflicto,
abandonos, más lucha. Los sueños que se escapan, la fuerza. (¿Hay alguien más
fuerte que una mujer fuerte?). La responsabilidad. Los lastres. Y aún más
lucha. Sísifo cuesta arriba con la roca conyugal. La negación de una misma,
estrangulando el sentimiento con el lazo de seda de la culpa. Cajas que Ferris
abre. Cajas que exhalan un aroma de memoria marchita. De dolor. De verdad sin
careta.
De tanto penar para morirse uno.
No vives más que para ti. No basta con la presencia
corporal si la espiritual está en otra parte. Lo que te digo es que me hace
falta que me seas más íntima, más de mi carne y más de mi espíritu. No enarboles
tanto tus conquistas, tus derechos de mujer moderna; sé mía -MÍA-. ¿Has oído
alguna vez una palabra como esa?(...) No quiero luchar más. A mi lado, haces
falta. Que te quieres ir con lo otro, con lo que te llama, te vas. Vete. Bueno,
ya nos veremos. Algún día me buscarás.
Te quiero mujer, totalmente mujer, es decir, entregada.
Podemos pensar que está ya todo dicho. Que la investigación literaria es una representación a puerta cerrada donde figurantes distintos desmenuzan una y otra vez las mismas obras de los autores de siempre. Pero no. Hay vidas tras el legajo y la aridez teórica. Y todas pasan, las vidas plenas y las vidas amargas. Su cosecha medra, si ha de medrar, en la memoria de otros. Carmen Conde tejió la suya con fibras de esperanza y de olvido, como todos nosotros. Pero su voz permanecía callada, esperando. Hasta que un hombre con una alcuza volcó luz sobre el lado oscuro. Para que no muera del todo. Para que el silencio sea vencido por la palabra. Y nos hable. Y todos conversemos.
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