lunes, 27 de enero de 2014

Ruta de tierra y alas



Hay un camino invisible que atraviesa Alicante, que dibuja una serpiente dormida entre el mar y la cal, sus ocres, sus azules, y finaliza allí, frente a la luz.
Esa luz que despiden, desde la Lonja del Pescado y hasta el 16 de febrero, dos colecciones, dos miradas, el torrente sanguíneo de dos artistas alicantinos que a nadie dejarán indiferente. “Metáforas”, de Esperanza Asensi y “La ciudad utópica”, de Fausto Morillas. Cemento y epidermis en apariencia opuestos, pero que constituyen las dos caras del hombre. El rostro bifronte de la creación.
De un lado el cuerpo. Volcado, exhibido, abierto, exultante de flores y de alas. Pájaros para los pensamientos, mariposas que nimban la emoción. Siempre el vuelo, Pegaso sobre el que alejarse de la insuficiente realidad.
Si la mujer es tierra porque en su vientre germina la vida, Esperanza Asensi es también aire; su mente tolera mal riendas y ligaduras. Y tampoco las pieles –su símbolo- se dejan encerrar en corsés. Las pieles se abren, las pieles recogen, las pieles brindan.
Piel concha, piel pétalo, piel sal, piel luminaria, piel aluvión de arena, trigo, párpado, pluma, sueño, ausencia, dolor. Fantasía sin hilos de cometa a la espalda. Pielmetáfora.
Abrir.

Mientras la mujer se alza, bebedora de soles, del otro lado el hombre encaja piezas y construye el refugio.
Adentro. Con hormigón, adobe o acero de coraza. Geometría, cuadrícula para ordenar el caos, para ponerle puertas al campo de la vulnerabilidad.
Aunque fuera de la ciudad, de su cemento frágil, aún respira la selva.

Cerrar.
Dos búsquedas. Dos rutas: tierra y alas, laberinto y espacio diáfano, mirada de frente y ojos agachadizos. Hurtar. Rendir. Prisión e inmensidad.
La luz amortece. El fuego del sendero invisible se atenúa también.
Si solo hay una ida, son varios los regresos para quienes salen de la Lonja distintos de como entraron.
Cabe acercarse al borde de la espuma para rozar su enero. Para temblar envueltos en un vértigo de mariposas. Para ascender en ellas.
Cabe adentrarse en la ciudad durmiente a escuchar el gemido de engranajes y zócalos, la música callada de las mamposterías, la invitación de la cárcava, la sima que cobijó los miedos y preguntas del hombre primitivo. Del hombre de ayer y siempre, perdido en su orfandad.
Cabe volver a casa.
Con unos ojos nuevos. Con un nuevo lenguaje.

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