He venido a morir, es a lo que he venido.
No a contemplar cómo caen las estrellas, espejos triturados
de la noche más larga.
No a dejar que los ojos de las gacelas doblen por mí desde
su rendición.
No he venido para la mansedumbre ni a recoger las hojas de
un otoño anticipado en los gritos, en los estertores ácidos de un día que no
dejará historia.
Tampoco yo la dejo en este lienzo de tarde,
tendida con las venas abiertas,
anegando la hierba
seca, el tronco sajado de la encina de infancia que me abraza.
He venido a morir. En el silencio con que muere el insecto
pisado por la vida,
con que mueren los árboles en esplendor de incendio.
Con que los días mueren, sangre del horizonte y luego
oscuridad.
Grillos en la distancia, anchas ondas de luz desvaneciéndose.
Y luego bienamada oscuridad.
Nada que es ahora todo.
Hundirse en ella.
Nada que es ahora todo.
Hundirse en ella.