jueves, 27 de agosto de 2015

Toma de tierra



      TOMA DE TIERRA. Ester Folgueral. Ed. Gravitaciones 2015



I. El Vulnerable Animal (La cazadora de astros).-

En algún lugar remoto de la conciencia de las mujeres hay un bosque cuyos senderos conducen al desaguadero de la memoria. Una memoria incierta y por ello fértil. Ilimitada, por eso mismo de márgenes difusos. Como la vida en su trapecio. Como el puente carcomido de la realidad.

El bosque está habitado por criaturas vulnerables. Atravesado de niebla y trampantojos. En él brotan flores que cantan. Y se deslizan, gimen, saltan, se ocultan y aguardan qué... vacas, lombrices, caracoles o escarabajos, orugas, hormigas, urracas, arañas. Todo lo animal frente a (¿a la par de?) la desasida humanidad que palpita en los poemas.
En el bosque alcanza nueva forma la casa primera, aquella cueva sin enigmas que recoge la sombra aún tibia de los muertos.

Lo tangible y lo difuso. Lo que se resiste a partir.

Todo lo que retiene la memoria del poeta, tramado con trazos de alfabeto y desamparo.

Desde las palabras el bosque se hace pueblo. Con puertas y escaleras y estantes y manteles tendidos. Un pueblo como Comala, hogar de fantasmas que olvidaron quiénes fueron.
No importa.

Detrás de los árboles está el hueso de los árboles. Y el poema choca con él, de su fragilidad se fortalece.
Y la voz de la poeta choca con la muerte; y las palabras de la poeta arden en su íntima hoguera para espantar la muerte.

Cuanto más la pronuncia más la hará florecer.

II. El Río Lava El Tiempo (La mujer tan a oscuras).-

En alguna parte hay una criatura dispuesta a hacernos daño.
La cazadora de astros cae atravesada por el dardo del frío.

Pero al fin el agua lame-lava la sangre. La raíz se ramifica en sus entrañas para romperla, para arraigar añicos.
Y se rompe. Y de la cascada de su dolor, de sus vísceras de nuevo derramadas surge el poema.

Tras una mujer manantial de dolor hay un hombre pequeño que llora de miedo con su boca de pájaro. Y el bosque como refugio en que se adentran a morir las criaturas vulnerables. O a construir atalayas de la nueva vida.
Los espectros también se han refugiado ahí. Su materia no asusta, acoge desde un más allá clemente.

estrellas que no curan”, “caricias frías”, “ musgo seco”, “humo tóxico”…

La semilla sembrada en un suelo que no fructificará.
Todo muere
en algún lugar,

Y todo resucita un poco más adelante convertido en abrazo. Convertido en escritura. Lo fugaz para siempre, contra el veneno que inoculan los ángeles:

Solo plumas recogí del ángel enfermo,
plumas bajo mis pies como cuchillas,
y esta maldita costumbre de andar descalza,
cargando con el mundo y tan a oscuras.
Y tan a oscuras. Soledad poliédrica, con todos los matices de las sombras. Con todos sus cuchillos.
Duele leer la mutilación de la lengua que no quiere decir el nombre que la muerde. Duelen los propósitos, las apelaciones a la resistencia. Porque las mujeres fuertes hacen su pan con la harina amasada desde la herida. Porque vencen la espada que atravesó sus vientres. Y la muerte es solo una de las caras. La otra forma un libro, una vida, ese tapiz de espanto que florece.

Soy la obediente escriba del dolor. Limpio
con palabras la herida.

 III. Resistencia (La tejedora de vestidos para los pájaros).-

Todo muere en algún lugar,
para que viva.
Cada muerte trae la semilla de la vida futura. Escribir es abrise en dos para parirla. La has dejado nacer y ahora camina sola y tú caminas sola. Y los muertos no vuelven. Tampoco los del corazón, aquellos impostores cuya lengua desgarra.
El libro va desgajándose página a página. El libro va soltando amarras y pájaros. Se lanza al río. Esa agua que no vuelve se lleva los amormío que ya nunca se pronunciarán salvo en sueños: el sueño de la piel y el de la saliva.

Dejar al aire la cicatriz. Al hielo y su intemperie sanadora. Que se sacie.

Todo hay que aprenderlo de nuevo.

Aprender a andar. A tantear las paredes arañando su cal. Aprender a hablar.
Entonces sí. Tomar tierra. Aprender a amar y a escribirlo.

Con ancla e impulso y fuerza nuevos.

Con la fuerza, el ancla y el impulso que encontramos en el quinto poemario de Ester Folgueral, donde la madurez poética y la poderosa voz que la erosión de los años ha moldeado coinciden y conforman este libro excelente y verdadero.