viernes, 3 de abril de 2015

Fuego de astillas



 FUEGO DE ASTILLAS
 

 Poeta: quien piensa continuamente en otra cosa. Su distracción lleva a los otros a desesperarse. Es posible que ni siquiera tenga sentimientos humanos.

Czeslaw Milosz

Desde esta peculiar cita que abre Astillas ya se nos advierte de que el libro indagará en las entrañas de la creación poética desde su origen, desde el extraño ser que es el poeta, siempre en la cápsula de sus pensamientos, humano e inhumano, ángel y eterno niño, Prometeo que se come el fuego que robó, que arde en él y en su pira se caldea la humanidad. El raro. El otro. El de los ojos de lechuza.
Y ahí tenemos al poeta Curiel en su distracción y en su hoguera, alimentada, como él mismo revela, del simbolismo francés y del romanticismo alemán o centroeuropeo; de Gamoneda, Claudio Rodríguez, Holan, Valente,Tralk, René Char, San Juan, Miguel Torga, Mandelstan, Kafka, Uxío Novoneyra, Celan, Walser, Ajmátova… todos ellos poetas únicos y, por necesidad, “francotiradores y libres”, palabras estas que aplica probablemente a su propio concepto de poeta: el francotirador. Contra su propia necesidad de escribir y contra el lenguaje, ese cómplice, esa argamasa, ese enemigo con el que no caben más que el combate a vida o muerte y la fusión a muerte o vida.
Y el libre. Sea para elegir los dardos envenenados con que nombrar el mundo. Para alzarse sobre un lenguaje corrompido por el poder y, al tiempo, por los mismos que proclaman defenderlo, o para ir contra sí mismo a sabiendas de que, como dijo Cioran, el poema aplastará al poeta. Y ahí radica parte de su grandeza. Y también su misterio.
Ángel Luis Luján ha señalado el entronque de la poesía de Curiel con los elementos, con lo telúrico. Y nos invita a que sigamos el hilo de sus poemarios, donde está presente el fuego de Verano junto al aire de Hálito y Mal de altura; la tierra en Piedras, la luz en Diario de la luz y Luminarias y, sobre todo, el agua: Por efecto de las aguas, Los sumergidos, Hacer hielo, y por supuesto su antología El agua, poesía 2002-2012 Ya veremos hacia qué territorio, que los recoge todos, se decanta Astillas, pues no son estos sino los principios en los que se inscribe la gran pregunta, la búsqueda infinita, la razón insoslayable que anima a cualquier poeta. Con distintas lecturas, con matices distintos. Desde lo cotidiano a lo que aún no tiene nombre.
También Luis Luna se ha enfrentado a la propuesta poética de Curiel para llegar a la conclusión de pretende “apresar la descomposición del instante”, yendo más allá del tópico de la fugacidad del momento tantas veces detenido por la literatura; tantas veces confirmado por las leyes de la existencia.
La poesía de M.A.C. construye un mundo propio con un código de sugerencias y silencios que es necesario desentrañar. Pero ese territorio de exigencia para el lector se transforma en el más cálido refugio cuando se consigue penetrar en él. Entonces se pasa a ser cómplice y nota indispensable en la polifonía de agua e inmersión, de hielo, luz y lumbre, de piedras y de astillas que aportan los materiales de esta profunda arquitectura de aire.
En Astillas nos volvemos a encontrar con los rasgos más singulares del lenguaje poético de Curiel y en general de toda aquella poesía que pretende sondear el misterio porque no se conforma con señalar su hoyo con banderines rojos: la elipsis incitadora, la imagen sin el ornamento del exceso, la intensidad simbólica… Sugerir, señalar. Pues ha de ser el ojo el que siga lo que el índice apunta. Y la inteligencia la que desenvuelva el regalo de la emoción.
Sobre esto profundiza el poeta  en una entrevista de 2013 para Tendencias 21: “Mi poesía intenta desde hace algunos años adentrarse en esos espacios de misterio. Diría en relación a esto que cada vez hay más silencio alrededor de mis palabras, silencio y luz, materiales poco proclives a la adjetivación, más bien escurridizos, casi invisibles. Pero no se trata de una luz que ilumina lo oscuro, sino una luz que llama, lejana, que guía, una luz fuera de nosotros mismos, a diferencia del silencio, el cual es el mismo, tanto el que hay fuera del poeta –en el mundo- como el que habita por dentro al poeta, se trata entonces de un único silencio, una única materia.”
Desde este silencio germinador el poeta es huerfano de sí mismo. Su propio padre, su sol y su frío, su todo y su nada. Lo que permanece en el interior más inexpugnable. Lo que se vuelca. Lo que se va y lo que se arraiga. Vida y muerte, juego de contrarios. Esta idea se repite en muchos poemas de este libro y quizás pertenezca a la decantación misma del acto creador.
Arraigar. Agarrar. Arrancar.

Muerte. Memoria. Luz.
Esencial. Vegetal. Abisal.

Un majuelo
es lo que soy, dice.

Una de esas hojas
en el aire soy. Insiste.

Las palabras raíz crecen hacia adentro, como de la tierra nace el árbol con destino a la luz. De esa contradicción, la poesía. Aunque para el poeta sea: empobrecer con nuestra voz el mundo, cuánto más pobre sería este sin esa música silente y hondísima.
La naturaleza ocupa en la obra de Curiel un lugar relevante, como he señalado anteriormente. El poeta no es un ser desubicado aunque pudiera parecerlo, sino anclado a un paisaje que no nos esconde: Jaraíz, Gredos, Extremadura toda, las Castillas, árboles y nieve y a veces la lengua líquida de Galicia. Y pájaros, muchos pájaros, vínculos alados entre el cuerpoatierra y el cielo, centro de la luz.
A lo largo de esos senderos, de la mano de su misma sombra, la voz se va haciendo poderosa sin alzarse nunca, como quien grita hacia adentro mientras el exterior estalla en trinos, mientras la luz entenebrece, donde los álamos negros, donde las amapolas negras, donde las grullas negras, donde las hojas negras, donde los pájaros negros, donde las torcaces negras, donde las estrellas negras, donde los chopos negros, tragando el polvo de todos los caminos, poeta itinerante que no consigue moverse de su sitio y, por lo tanto, se sienta a esperar que sea la vida, sus espacios y tiempos, la que ruede hacia él. Y mientras: No ser.        Nada.      Hierba seca.
Como la soledad desde la que se reflexiona, como la mirada de la memoria, que es ahora y pasado, que es nieve y su fulgor:

Descendía

frenándose

a cada paso

para no resbalar

en los pastos

tejidos por la luz.

Así se iba

corriendo el niño

tras su niñez.


Castilla es el vuelo del místico, el más allá de la materia. Extremadura la contemplación del milagro vegetal, el lenguaje de los árboles. Galicia el enigma nunca desvelado del todo, el pan con su lima dentro. La fuerza del depende.
Todo este itinerario no transcurre en línea recta. Se asciende con la pasión de los elementos. Se tritura el vuelo hasta volverlo escombros. Se transforma en fuego la ceniza: pero ahí está el hombre / que injerta dolor a la alegría.
Pero no pensemos que lo referencial es, en Curiel, un componente imprescindible. Tan solo forma el guijo que rellena el camino. Porque estos poemas están construidos bajo la sugerencia y no bajo los focos de lo evidente. Bajo la elipsis y no con la certeza del incontestable decir. Y ese mundo itinerante podría ser cualquier otro. Roma, las ciudades alemanas, podría ser íntimo, destilado por los poetas muertos o adivinado en aquellos que no han nacido aún.
La poesía es la fuente del agua de la vida, también de su reverso, el limo de la muerte. Y si le quedan pequeños los límites genéricos, estróficos o culturales, también se lo parecen a este poeta sin ataduras, que se concentra en mínimos o se expande en divagaciones en prosa semejantes a lo que Lorca llamaba prosías al hablar de Pedro Salinas. Que se apoya en lenguas y filósofos, en citas y presencias, en hálitos y silencios. Porque la ruta que se transita acompañado por los ecos y las voces, la tiniebla y la luz blanca, de Vermeer a Cicerón, de Horacio a Ungaretti y de este a Mandelstam, palabras, imágenes, aún no corrompidas, aún no consabidas, esa es la que se sustrae a las campanas de la muerte. La que entronca con el viejo anhelo –compartido anhelo- de alcanzar la transparencia.
De rozar lo esencial. Las palabras del siempre. El ángel de la esencialidad, ese dejarse ir que ha ido ganando los poemas y las reflexiones prosapoéticas y ha creado un universo de la referencia en que nada es solo lo que es, ni la nieve nieve ni el aire aire ni el frío frío ni el hombre únicamente cuerpo desnudo frente a la animalidad. De los perros y los pájaros y el unomismo, su yotú, sus ojos-peso-cuerpo-huella-ángel, ángel, anhelo de lo NO.
Y por otro lado siempre la muerte, cosida a la vida. Vida-muerte caminando juntas con los ojos cosidos. Llevando en la concavidad de las manos ese temblor del pajarillo de la muerte.
Pero no el dolor. Extrañamente, no el dolor. Por todas las esquinas la muerte, su presencia no temida, compartida en el frío, compartida en la claridad que ciega, en la noche que habla. Ausencia del dolor. Alegoría de lo claro y de lo oscuro que se revela en el asumido: Alegría sí, felicidad no.
Así, en la contradicción, construyen algunos poetas su montículo de certezas y de dudas. Así, para Curiel desaparece lo real en el hueco excavado por los topos del tiempo, por los topos que desmenuzan los límites.
¿”Astillo palabras” significa que nada vale en su totalidad? ¿O que trituro su dureza para hacerla próxima, manejable, afín a la boca desdentada del lector?
Astillas bajo los dedos. De la madera consumida, de las ideas fragmentadas. Ese instante no es un todo sino su multiplicación. De su serrín, de sus cenizas, de su amalgama que entra en las venas y nutre de savia áspera el árbol de la poesía, del lenguaje al fin surge el poeta, que siempre va más allá que el hombre en que se encarna:
Soy ese chopo,
se lo ha bebido

todo y sube.
Soy ese

que es más alto
que yo.

Habla el poeta que recoge y resume adverbios, que doma la distancia y la encierra en un solo vocablo: solo sé decir allí/ donde nunca voy a ir. De este modo, el “allí” está siempre más acá, en la nervadura del corazón. Ese paisaje que es para Curiel fin y principio, pájaro y llama, dentro y fuera, el punto desde el que se mira; la mirada hacia lo sumergido en el ojo.
OCTUBRE
Cielo,

tumba abierta. 

En los días grises

todo cerrado.

La llovizna leve

hace

que todo

lo demás

pese.

 Vaho en el cristal,
ilusión

de ser más allá,

 o ser un junco

para no ser nada.

En la nieve

parecen

más fáciles

de arrancar.

 Esencialidad. Pero no como calidad de lo esencial, sino como la capacidad del espíritu para dejar a un lado lo que no nutre, para colocar entre paréntesis lo que le quita altura. Así quedan encarnados en este libro esos dos elementos, esos dos alimentos imprescindibles: pan, leche, pájaro, vuelo.

Y acaso el anhelo místico de una nada que encierra el todo. Que abre desde el vacío ventanas a la inalcanzable plenitud.
¿Y lo demás? ¿Con qué hieren las astillas?

Al decir: Esquirlas//entre //las astillas ¿ habla Curiel del residuo de la palabra que se clava en los párpados, que deja al aire la nitidez tras cortar la membrana de la realidad?
¿Habla del sabor metálico de la extrañeza que compone la base del poema?

Busquemos dentro lo que no se dice, porque en realidad se dice:

ASTILLAS

 Esquirlas

entre

las astillas.

Pasitos

por lo basto.

Lo borroso del ser

es lo más claro

y la ceniza

otra nieve.

 
La pureza. La verdad agazapada bajo su opuesta, encubierta por capas de hermética transparencia. Y detrás lo infinito. La palabra. Donde la poesía.
Banderas que ondear. En lucha contra qué. Contra la jaula que encarcela la voz Hasta que el lenguaje del poeta// sea arena.
Hasta que el poeta sea arena y pronuncie con su boca de arena. Y rescate de la arena su sueño, su impotencia, toda la extrañeza. Su libertad. Y consiga, como defiende Alain Busquet: no escribir: ser escritura.

Trascender la materia insuficiente, soltar la amarga cuerda que esclaviza al albatros:
Pájaro atado al mundo. //
 
No quepo en él.