Czeslaw
Milosz
Desde esta peculiar
cita que abre Astillas
ya se nos advierte de
que el libro indagará en las entrañas de la creación poética desde su origen,
desde el extraño ser que es el poeta, siempre en la cápsula de sus
pensamientos, humano e inhumano, ángel y eterno niño, Prometeo que se come el
fuego que robó, que arde en él y en su pira se caldea la humanidad. El raro. El
otro. El de los ojos de lechuza.
Y ahí tenemos
al poeta Curiel en su distracción y en su hoguera, alimentada, como él mismo
revela, del simbolismo francés y del romanticismo alemán o centroeuropeo; de
Gamoneda, Claudio Rodríguez, Holan, Valente,Tralk, René Char, San Juan, Miguel
Torga, Mandelstan, Kafka, Uxío Novoneyra, Celan, Walser, Ajmátova… todos ellos poetas
únicos y, por necesidad, “francotiradores y libres”, palabras estas que aplica
probablemente a su propio concepto de poeta: el francotirador. Contra su propia
necesidad de escribir y contra el lenguaje, ese cómplice, esa argamasa, ese
enemigo con el que no caben más que el combate a vida o muerte y la fusión a
muerte o vida.
Y el libre. Sea
para elegir los dardos envenenados con que nombrar el mundo. Para alzarse sobre
un lenguaje corrompido por el poder y, al tiempo, por los mismos que proclaman
defenderlo, o para ir contra sí mismo a sabiendas de que, como dijo Cioran, el
poema aplastará al poeta. Y ahí radica
parte de su grandeza. Y también su misterio.
Ángel Luis
Luján ha señalado el entronque de la poesía de Curiel con los elementos, con lo
telúrico. Y nos invita a que sigamos el hilo de sus poemarios, donde está
presente el fuego de Verano junto al aire de Hálito y Mal
de altura; la tierra en Piedras, la luz en Diario
de la luz y Luminarias y, sobre todo, el agua: Por
efecto de las aguas, Los sumergidos, Hacer hielo, y por supuesto su antología El
agua, poesía 2002-2012… Ya veremos hacia qué territorio, que los recoge todos,
se decanta Astillas, pues
no son estos sino los principios en los que se inscribe la gran pregunta, la
búsqueda infinita, la razón insoslayable que anima a cualquier poeta. Con
distintas lecturas, con matices distintos. Desde lo cotidiano a lo que aún no
tiene nombre.
También Luis
Luna se ha enfrentado a la propuesta poética de Curiel para llegar a la
conclusión de pretende “apresar la descomposición del
instante”, yendo más
allá del tópico de la fugacidad del momento tantas veces detenido por la
literatura; tantas veces confirmado por las leyes de la existencia.
La poesía de
M.A.C. construye un mundo propio con un código de sugerencias y silencios que
es necesario desentrañar. Pero ese territorio de exigencia para el lector se
transforma en el más cálido refugio cuando se consigue penetrar en él. Entonces
se pasa a ser cómplice y nota indispensable en la polifonía de agua e
inmersión, de hielo, luz y lumbre, de piedras y de astillas que aportan los
materiales de esta profunda arquitectura de aire.
En Astillas
nos volvemos a
encontrar con los rasgos más singulares del lenguaje poético de Curiel y en
general de toda aquella poesía que pretende sondear el misterio porque no se
conforma con señalar su hoyo con banderines rojos: la elipsis incitadora, la
imagen sin el ornamento del exceso, la intensidad simbólica… Sugerir, señalar. Pues
ha de ser el ojo el que siga lo que el índice apunta. Y la inteligencia la que
desenvuelva el regalo de la emoción.
Sobre esto
profundiza el poeta en una entrevista de
2013 para Tendencias 21: “Mi poesía intenta desde hace
algunos años adentrarse en esos espacios de misterio. Diría en relación a esto
que cada vez hay más silencio alrededor de mis palabras, silencio y luz,
materiales poco proclives a la adjetivación, más bien escurridizos, casi
invisibles. Pero no se trata de una luz que
ilumina lo oscuro, sino una luz que llama, lejana, que guía, una luz fuera de
nosotros mismos, a diferencia del silencio, el cual es el mismo, tanto el que
hay fuera del poeta –en el mundo- como el que habita por dentro al poeta, se
trata entonces de un único silencio, una única materia.”
Desde este
silencio germinador el poeta es huerfano de sí mismo. Su propio padre, su sol y
su frío, su todo y su nada. Lo que permanece en el interior más inexpugnable.
Lo que se vuelca. Lo que se va y lo que se arraiga. Vida y muerte, juego de
contrarios. Esta idea se
repite en muchos poemas de este libro y quizás pertenezca a la decantación misma
del acto creador.
Arraigar.
Agarrar. Arrancar.
Muerte.
Memoria. Luz.
Esencial.
Vegetal. Abisal.
Un majuelo
es lo que soy, dice.
Una de esas hojas
en el aire soy. Insiste.
Las palabras
raíz crecen hacia adentro, como de la tierra nace el árbol con destino a la
luz. De esa contradicción, la poesía. Aunque para el poeta sea: empobrecer
con nuestra voz el mundo,
cuánto más pobre sería este sin esa música silente y hondísima.
La naturaleza
ocupa en la obra de Curiel un lugar relevante, como he señalado anteriormente.
El poeta no es un ser desubicado aunque pudiera parecerlo, sino anclado a un
paisaje que no nos esconde: Jaraíz, Gredos, Extremadura toda, las Castillas,
árboles y nieve y a veces la lengua líquida de Galicia. Y pájaros, muchos
pájaros, vínculos alados entre el cuerpoatierra y el cielo, centro de la luz.
A lo largo de
esos senderos, de la mano de su misma sombra, la voz se va haciendo poderosa
sin alzarse nunca, como quien grita hacia adentro mientras el exterior estalla
en trinos, mientras la luz entenebrece, donde los álamos negros, donde las amapolas
negras, donde las grullas
negras, donde las hojas
negras, donde los pájaros
negros, donde las torcaces
negras, donde las estrellas
negras, donde los chopos
negros, tragando el
polvo de todos los caminos, poeta itinerante que no consigue moverse de su
sitio y, por lo tanto, se sienta a esperar que sea la vida, sus espacios y
tiempos, la que ruede hacia él. Y mientras: No ser. Nada. Hierba seca.
Como la
soledad desde la que se reflexiona, como la mirada de la memoria, que es ahora
y pasado, que es nieve y su fulgor:
Descendía
frenándose
a cada paso
para no resbalar
en los pastos
tejidos por la luz.
Así se iba
corriendo el niño
tras su niñez.
Castilla es el vuelo del místico, el más allá de la materia. Extremadura la contemplación del milagro vegetal, el lenguaje de los árboles. Galicia el enigma nunca desvelado del todo, el pan con su lima dentro. La fuerza del depende.
Todo este
itinerario no transcurre en línea recta. Se asciende con la pasión de los
elementos. Se tritura el vuelo hasta volverlo escombros. Se transforma en fuego
la ceniza: pero ahí está el hombre / que injerta dolor a la alegría.
Pero no
pensemos que lo referencial es, en Curiel, un componente imprescindible. Tan
solo forma el guijo que rellena el camino. Porque estos poemas están
construidos bajo la sugerencia y no bajo los focos de lo evidente. Bajo la
elipsis y no con la certeza del incontestable decir. Y ese mundo itinerante
podría ser cualquier otro. Roma, las ciudades alemanas, podría ser íntimo, destilado
por los poetas muertos o adivinado en aquellos que no han nacido aún.
La poesía es
la fuente del agua de la vida, también de su reverso, el limo de la muerte. Y
si le quedan pequeños los límites genéricos, estróficos o culturales, también
se lo parecen a este poeta sin ataduras, que se concentra en mínimos o se
expande en divagaciones en prosa semejantes a lo que Lorca llamaba prosías al hablar de Pedro Salinas. Que se
apoya en lenguas y filósofos, en citas y presencias, en hálitos y silencios.
Porque la ruta que se transita acompañado por los ecos y las voces, la tiniebla
y la luz blanca, de Vermeer a Cicerón, de Horacio a Ungaretti y de este a
Mandelstam, palabras, imágenes, aún no corrompidas, aún no consabidas, esa es
la que se sustrae a las campanas de la muerte. La que entronca con el viejo
anhelo –compartido anhelo- de alcanzar la transparencia.
De rozar lo
esencial. Las palabras del siempre. El ángel de la esencialidad, ese dejarse ir
que ha ido ganando los poemas y las reflexiones prosapoéticas y ha creado un
universo de la referencia en que nada es solo lo que es, ni la nieve nieve ni
el aire aire ni el frío frío ni el hombre únicamente cuerpo desnudo frente a la
animalidad. De los perros y los pájaros y el unomismo, su yotú, sus ojos-peso-cuerpo-huella-ángel,
ángel, anhelo de lo NO.
Y por otro
lado siempre la muerte, cosida a la vida. Vida-muerte caminando juntas con los
ojos cosidos. Llevando en la concavidad de las manos ese temblor del pajarillo
de la muerte.
Pero no el
dolor. Extrañamente, no el dolor. Por todas las esquinas la muerte, su
presencia no temida, compartida en el frío, compartida en la claridad que
ciega, en la noche que habla. Ausencia del dolor. Alegoría de lo claro y de lo
oscuro que se revela en el asumido: Alegría sí, felicidad no.
Así, en la
contradicción, construyen algunos poetas su montículo de certezas y de dudas.
Así, para Curiel desaparece lo real en el hueco excavado por los topos del
tiempo, por los topos que desmenuzan los límites.
¿”Astillo
palabras” significa que nada vale en su totalidad? ¿O que trituro su dureza
para hacerla próxima, manejable, afín a la boca desdentada del lector?
Astillas bajo
los dedos. De la madera consumida, de las ideas fragmentadas. Ese instante no
es un todo sino su multiplicación. De su serrín, de sus cenizas, de su amalgama
que entra en las venas y nutre de savia áspera el árbol de la poesía, del
lenguaje al fin surge el poeta, que siempre va más allá que el hombre en que se
encarna:
Soy ese chopo,
se lo ha bebido
todo y sube.
Soy ese
que es más alto
que yo.
Habla el poeta
que recoge y resume adverbios, que doma la distancia y la encierra en un solo
vocablo: solo sé decir allí/ donde nunca voy a ir. De este modo, el “allí” está siempre
más acá, en la nervadura del corazón. Ese paisaje que es para Curiel fin y
principio, pájaro y llama, dentro y fuera, el punto desde el que se mira; la
mirada hacia lo sumergido en el ojo.
OCTUBRE
Cielo,
tumba abierta.
En los días grises
todo cerrado.
La llovizna leve
hace
que todo
lo demás
pese.
de ser más allá,
para no ser nada.
En la nieve
parecen
más fáciles
de arrancar.
Y acaso el
anhelo místico de una nada que encierra el todo. Que abre desde el vacío
ventanas a la inalcanzable plenitud.
¿Y lo demás?
¿Con qué hieren las astillas?
Al decir: Esquirlas//entre
//las astillas ¿ habla
Curiel del residuo de la palabra que se clava en los párpados, que deja al aire
la nitidez tras cortar la membrana de la realidad?
¿Habla del
sabor metálico de la extrañeza que compone la base del poema?
Busquemos
dentro lo que no se dice, porque en realidad se dice:
ASTILLAS
entre
las astillas.
Pasitos
por lo basto.
Lo borroso del ser
es lo más claro
y la ceniza
otra nieve.
La pureza. La
verdad agazapada bajo su opuesta, encubierta por capas de hermética transparencia.
Y detrás lo infinito. La palabra. Donde la poesía.
Banderas que
ondear. En lucha contra qué. Contra la jaula que encarcela la voz Hasta
que el lenguaje del poeta// sea arena.
Hasta que el
poeta sea arena y pronuncie con su boca de arena. Y rescate de la arena su
sueño, su impotencia, toda la extrañeza. Su libertad. Y consiga, como defiende
Alain Busquet: no escribir: ser escritura.
Trascender la
materia insuficiente, soltar la amarga cuerda que esclaviza al albatros:
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