HABLANDO CON LIBROS
Entre el susurro y el temblor. Tú me mueves. Agustín Pérez Leal, Pre-textos 2016
Agustín Pérez Leal es un poeta que se prodiga poco. Apenas
tres poemarios y una plaquette constituyen su obra y bastan para dar cuenta de su aliento, lo que no
es de extrañar si observamos el grado de depuración y de exigencia que imprime
a cada entrega, resultado más de una intensa decantación
que del derramamiento emocional.
Tú me mueves, su nuevo libro, que recibió en 2016 el premio
Antonio Oliver Belmás y acaba de ser distinguido con el Premio de la Crítica
Valenciana 2017, se afianza aún más en ese ahondamiento del decir que rastrea la médula, que se recata y mide el arrebato; que sugiere sotto voce el íntimo temblor.
Agua, luz, explosión de sentidos. Observar, primer paso de
los pies para observarse. El cuerpo quieto y móviles los ojos. La luz que ciega
la percepción; el agua que la reanima.
Serenidad.
El ascenso ¿es solo del yo efímero, del yo humanísimo y
terrestral o de un yo ontológico que trepa por la escala de Jacob hacia el
lugar de la mirada definitiva, la del que ya ha puesto nombre a lo que ve; la del que sabe?
Todo se eleva en este libro y de altura es el movimiento, gigante,
cenital. La luz que hace brotar el día, el canto de los pájaros que le otorgan
misterio, la “savia del corazón” que vivifica hasta el momento último, hasta la
“muerte viva”, la “cabeza viva”, el “silencio vivo”, la “carne viva”, la “roca
viva”, el “aire vivo”, el “hueso vivo”… Porque en este libro todo apunta a la vida, todo
es epifanía que late, rebulle, vibra, entona la plenitud palpitante de existir.
Aunque toda luz-haz tiene un envés sombrío: no hay
culminación de la luz si no brota desde la tiniebla, ni canto de la luz que no
proceda de la germinación de la locura. Así, el poeta explorador, el poeta
trampero que se tiende en la nieve para esperar a su presa siente a veces esa
llamada turbia, esos colmillos que penetran poco a poco en su carne. ¿Quién
sabe de antemano hasta dónde la herida? ¿De dónde la sanación?
Casa de heridas.
Casa para la mano y
el olvido.
Casa donde sanar lo
que no somos.
Aunque al final regrese el sol y se oculten los
cuervos, la negra flor, la noche y su desgarradura; aunque el blancor de
almendros cubra la ausencia de pájaros.
Temblor, delicadeza, roce de brisa en las ramas, de luz en
las hebras del aire, de pensamiento en el párpado. Así fluye por el cauce del
libro la linfa secreta de una mística pagana susurrada en un idioma vegetal y
luminoso. ¿O acaso numinoso?
Nada parece sobrar en una arquitectura que sostiene y es sustentada,
donde se equilibran la espera y el encuentro, la conciencia de lo perdido y el esplendor de lo insignificante en apariencia, esa insignificancia que Kundera define como "la esencia de la existencia" y que tantos magníficos poemas ha generado.
Así, en Tú me mueves todo es contemplación y al mismo tiempo cuerpo, mirada sobre lo que existe; deleite desde lo que se siente. Humano. Culpable de lesa humanidad.
Así, en Tú me mueves todo es contemplación y al mismo tiempo cuerpo, mirada sobre lo que existe; deleite desde lo que se siente. Humano. Culpable de lesa humanidad.
Voy a esperar aquí
mientras me pongas
Aire en la boca o
fuego en los pulmones
Y reserves el día
para mí.
Aquí, aquí, las
manos abrasadas.
Aquí, aquí, la boca
muerta.
Donde me hablabas.
el heroísmo preciso:
Juana escuchaba
voces.
Fue quemada por
ello.
Osip oía voces
y fue sacrificado.
Oigo voces.
Vibra un acorde
final, ceñido,
íntimo
como una gota
de ámbar llorado.
Nunca tuve raíces.
Me acuna el aire.
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