sábado, 1 de septiembre de 2018

Miradas y fracturas

A veces me gustaría mirar de otro modo. Tener el don de la contemplación serena; ser capaz de apreciar el afán mínimo de las hormigas sobre la piel de una tarde de verano, de acompasar mi respiración con la de las hojas mecidas por la brisa. Ser parte consciente del todo de un universo que no necesita de mí. Para quien no soy nada.
Pero alguien roció mis ojos con alquitrán desde un momento inexacto de mi vida. Sopló en mi corazón desasosiego, hurgó en mi mente para que no repose, para que sienta el hueco, para que pinche en hueso al poco tiempo de sentarme al festín de los días.
Me gustaría mirar de otra manera, celebrar siempre, no amar tanto las grietas por donde huye la savia de la vida.


 














Para que te mirara, loca, frágil Ofelia
colgada de palabras empeñadas en vano,

colgada de tus trenzas

como lánguidas grúas que apuntalan las nubes.
Para que te mirara, dulce,

equivocada Ofelia,
desde un hogar sin horno para la ternura

donde las ocho letras de la venganza
solo claman venganza,

y las aves gimen inútilmente sobre una primavera florecida de escombros.
Para que te mirara, Ofelia la dulcísima,

quien ha vuelto los ojos a la profundidad de la propia locura
y no escucha el llanto de la inocente aldaba de la tarde,

y no siente en las sienes las campanas que redoblan a vida,

los golpes de la sangre que hacen arder la piel de las muchachas,
sed de espigas cuando el amor expande su epidemia

y recorre la urgencia de los tallos,
de los labios absortos en el beso.

Para que te mirara un mundo,
para que te mirara y no estar loca,

y no quedar varada eternamente,
eterna atravesada en el madero del olvido y el fango,

imagen muerta con el cielo en los ojos,
todo el vuelo del pájaro en los ojos, caudal de la tristeza.

Para que te mirara, Ofelia, niña,
como mira el que ama, apenas ciego.

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