eternidad
de lluvia sobre lluvias de antaño,
llanto
multicolor de rosa
sencilla,
rosamente desmembrada.
Cae
la palabra “mundo” al calcinarse
y
al instante se vuelve
a
erguir
fundándose,
des-
palabrándose
de puro perder peso.
aire
volaire en golondrina y
vuelta
a caer.
Línea inrecta, insumisa.
De amor a amor caemos. Agua que no es la misma ni saciara
toda la sed de amar,
su devanar serpiente e infinito.
De la muerte al no ser:
ojos que aguardan desde su niebla antigua y niebla nueva
o ni siquiera aguardan
su no ser para no.
pedir la rebeldía, su desorden
que ordena al fin el mundo.
Ser Juan Gelman,
su innumerable
quién.
donde la rosa se abre y hágase la rosa
donde el amor se enrama, sigiloso,
pulpa en su flor.
En donde ser por fin, recuperarse
sobre lo devastado,
reser, nacer de nuevo en una piel distinta,
renacer cada noche con la conciencia intacta.
Agua que da su espejo de prodigios.
Amor que alcanza y arde en zarzalumbre.
ciega no dice no.
Amaga y da y no dice.
Siempre lo mismo: un rastro goteante-
goteado, que arrastra inútilmente,
desmesurada
mente su no saber.
Mientras, la Tierra insiste en su latido,
punta de flecha que se ahonda en el canto.
No conocemos en su justa medida la gigantesca aportación que la poesía iberoamericana ha realizado a nuestra lengua. Entre los poetas del compromiso, dos cimas, Juan Gelman y Mario Benedetti. Los dos imprescindibles para conocer los desniveles de nuestra realidad histórica. Me quedo con Juan Gelman, así que, querida Pilar, comparto plenamente tu homenaje. Un abrazo.
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