Pérdida del
ahí, Tomás Sánchez
Santiago. Amargord Ediciones 2016
«El amanecer; la mañana; el mediodía y la noche,
siempre los mismos; pero con la diferencia del aire. Allí, donde el aire cambia
el color de las cosas; donde se ventila la vida como si fuera un murmullo; como
si fuera un puro murmullo de la vida...
—Es cierto, Dorotea. Me mataron los murmullos.»
Pedro Páramo.
Y no queda más remedio que sumergirse en él; tomar aliento y
saltar al vacío. Segar la voz. Enmudecer.
Tras la mudez, el albor del lenguaje. Pero antes un
despojamiento cuyo itinerario sigue el
autor con discreción extrema, de sol en sol y lluvia en lluvia hasta que cuaja
el fruto y alcanza su sazón.
La palabra es un fruto que arde en los labios aun antes de
probarlo. Y no tiene estación, pero tampoco presente, solo capas de tiempo que
ir arrancando hasta llegar al hueso. Nace de la distancia de su almíbar.
Por ejemplo
Almíbar
de la casa. -
La eterna evocación que transporta olores, recintos en
penumbra, ecos que fueron y hoy retumban como la carcajada de un espectro.
Huesos limados, roídos y todavía capaces de hacer caldo. Ojos de madre, voz de
madre, lejanía de madre, “la masa madre”; la que enseña a nombrar al modo en
que las postales enseñan la música del viaje.
Como en “Las cosas claras”:
Presencias
sumarísimas: la leche reventando como una barba blanca en la cazuela, la caída
verdosa del aceite, el olor a contrariedad en la achicoria, la obscena liturgia
de pelar las patatas, la fiebre de los ojos que arden como uñas por las afueras
de tus manos.
Las manos actuando
ahora hacia otra ganancia: la de las proporciones impecables.
Cosas claras de
infancia. Tú entre todas.
O también
Almíbar
de los nombres.-
El hombre se queda solo ante la palabra. Deja atrás la geografía, deja el tiempo y los
compañeros de viaje. Pues para oír la música exhausta del adentro hay que
silenciar el exterior, la turbamulta ajena.
Saber nombrar es llevar el mundo girando sobre un dedo. Desdecirse
es recuperar el manantial de la inocencia. Y entonces, renombrar:
Y tú te despachaste
en la mudez,
a ella te confiaste
por si salía de su
raíz secreta
música y espesura
a la vez,
oscura melodía
que un día
atravesaría los nombres
sin mancharse.
“Vivir es caminar breve jornada” y nunca con el mismo
equipaje. Es preciso ir arrojando dientes y anhelos, cabello, uñas, cáscaras vacías, copos de
llanto; sembrar un rastro de toses cuando la “intelijencia” que proporcionaba
el nombre exacto de las cosas ha dejado paso al hastío del siempre perder.
Así he vivido por
un tiempo: sin rabia y derrotado
por lenguajes de
carrocería muerta.
Además,
Almíbar
del agua y lo verde.-
La fruta está quieta. La fruta está ciega, es un perro
tranquilo. Los frutos del otoño como lluvia negra buscando el consuelo del
reloj: flores, frutas, huesos, la travesía de las estaciones como la que
recorre la palabra del cauce al sumidero. Lenguaje vegetal, lenguaje de agua
pero también animal, con palabras que mugen y braman y protestan; que crujen,
crepitan como árboles y ríos, pámpanos, semillas, vainas, como el roce del
viento. Palabras al azar de su vuelo o palabras disecadas que regresan por
extraños conductos desde su abandono, desde el “ya no sé escribir”, tal como
vuelven las hojas a proteger la desnudez del árbol. Ser desnudo aquel poeta que
no encuentra su abrigo en el lenguaje, pues en su lengua amarga convergen
claridad y penumbra, alba y anochecer, trayectos desde la iluminación al
fracaso donde concluye toda escritura.
Y
Almíbar
de lo que volara.-
Con el símbolo del pájaro la cuarta parte del libro, “Pájaros
extremos”, adopta forma nueva y se desplaza a saltitos caprichosos, picotea y
se aleja de imagen en imagen a seguir picoteando cualquier salpicadura de
evocación. Sin intentar un vuelo que apartaría al ave del poema del grano
minúsculo que es germen y alimento.
Es el momento de abrir las troneras de la memoria para que
el día alumbre con las distintas luces de sus horas, bajo las que juegan los
“niños del verano” y desfallecen los pájaros. Uno de ellos, el más frágil, es
el poeta mismo:
(…)imagínate mucho que
el pájaro soy yo
uno de esos
a veces
me va faltando
vuelo,
no entra ya
fortaleza que sostenga el plumaje
y caigo, voy
cayendo
por las barandillas
desfallecidas
en estos días
baratos
y sin amor, sin
rodillas siquiera
donde apoyar la
lástima (…)
volando tan tan bajo…
Almíbar
del dolor.-
Carne trizada, versos que supuran, memoria perforada para
la que el poema hila sus vendas,
como en “Página”:
Son los muertos no
apuntados: huesos llovidos durante setenta y cinco años y ropas atormentadas
por los quisquillosos animales de las cunetas.
…en medio de la
nada hasta el hombre tranquilo que se mueve bajo la luz ácida de los
antibióticos y bajo los números desanimados.
Y él duplica una
palabra como para apretar contra sí mismo un dolor que no quiere que alcance a
nadie más
“perfectamente,
perfectamente”.
y todo sabe a lo
que sabe
una campana solo
agitada por las obstinaciones.
Desde ese recuperado “ojo avizor”, el lenguaje despliega
sus nuevos límites y retoma la labor de dar nombre a la incertidumbre, forma a
lo nebuloso, ancla a lo que siempre se está yendo.
Para ello quizás sea necesaria la figura del poeta
obstinado, aquel que, aunque en apariencia se pliega a los zarandeos de la
adversidad y enarbola la bandera blanca, jamás deja de mantener una tenaz
resistencia impremeditada. Y vuelve a levantarse, perdida ya la inocencia,
azuzado por el descreimiento o el omnipresente dolor. Pues los años, que liman
las aristas y son capaces de redondear la pìedra más hiriente, dan muchas veces
agudeza al carácter y soltura a la voz, que no admite más cortapisas ni
barrotes. Es la enseñanza de la derrota, la más alta fortaleza.
De algún modo la muerte desempeña también su papel en el
coro de voces que conforma este libro. La memoria no lucha contra ella sino que
va apagando luces, clausurando habitaciones, sellando puertas. Pero deja una
flor que es la palabra, capaz de conservar aquel latido que se detuvo para
siempre con su aroma y su menguado color. Madre, amigos: José Diego, Campos
Pámpano; los propios yoes sucesivos del poeta examinados con la lupa de la
edad en un ejercicio de evocación sobria, sentida, sin nostalgia.
Cuatro años ya sin ti.
Desde entonces se
han ido posando pájaros densos y frutas añadidas sobre el peso inseguro de tu
nombre. Contrario al epitafio consabido, la levedad ha llegado a hacerse
tierra. Transferencia espesa. Rumor que dio en cal porque nombrarte ya es
fijarte a lo que importa, ponerte en pie sobre los pedestales donde aguantan,
indemnes, las melodías sobrevenidas y los rostros necesarios. Ángel.
Pilar Blanco,
octubre 2017
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