HABLANDO CON LIBROS
NARANJAS
AMARGAS
La lengua rota. Raúl
Quinto. La bella Varsovia 2019.
Abrir un libro es entreabrir una puerta. Entras sin saber
bien cómo vas a salir de él, intacta o conmocionada, vacía o con la conciencia impregnada
de un polen que alimentará otros versos con deslumbrado reconocimiento de
deuda. Como escribe Basilio Sánchez, hay
libros que son fértiles, pero eso no lo sabes hasta que sales de ellos.
Quizás por miedo a semejante aventura tan poca gente lee.
Abrir un libro fértil es, por tanto, placer y desafío. El
riesgo se multiplica cuando toca materias de prestigio espinoso: como escamas
radiactivas, como baba letal que empapa cientos de cadáveres de poetas, un
libro de amor es, por ejemplo, tentación y suicidio diabético para muchos. Como lo es todo lo confesional donde se
canten y cuenten los latidos.
Incluso un libro donde el amor y lo confesional apuntan a
los otros, a los zarandeados por la injusticia, a los ecos dolientes de las
miles de voces marcadas con el hierro del silencio. Escribirlo es, entonces,
morder una naranja silvestre. Su zumo agrio servirá como tinta.
Hace falta valor. Hace falta conciencia. Hace falta talento
para salir ileso, aunque sea con la lengua rota.
Pero las lenguas dicen, se empeñan en decir. Ese es su don y
ese su compromiso. Como lo frágil, como lo tenaz, insisten hasta quebrarse. Los añicos seguirán pregonando su verdad blanca.
Acallarlas ha sido empeño constante de cualquier forma de
poder. Y entonces gritan aún con más fuerza, su onda expansiva se multiplica.
La lengua está rota y
ensucia el blanco rostro del poder.
Y dice.
¿Cómo permitir que avance la tiniebla?
Como en el mito de la Creación, de esa tiniebla van naciendo
los días, los mares, los bosques, el trinar de los pájaros, el latido del
hombre.
Los mapas, las fronteras, las casas,
las paredes, las cárceles. Lo dentro y lo fuera.
Lo redondo, lo encogido sobre sí mismo para proteger el
centro. Para urgir una llave que abra, una llave refugio:
Una llave de hielo.
La palabra
“mío” enunciando su
desorden,
su estrategia sin
mí.
Se derrite
la cerradura, y
estás fuera.
Y dentro nunca hubo nadie.
En todos los fuera hay dedos crispados sobre las alambradas,
ojos que reclaman un horizonte nítido y sin barreras que atravesar
el horizonte es la línea por la que camino.
En todos los dentro hay un clamor de alas cercenadas. Y la
libertad se construye con las plumas caídas, tan leves como poderosas.
Pájaros que no nombran el alambre.
Campesinos, libertadores de todos los continentes, mujeres
golpeadas, moriscos expulsados de los umbrales de su infancia, sentenciados por
la química voraz desde antes de nacer, activistas de cualquier libertad hechos
jirones de piel maldita y sangre…
Ya es de noche en
el centro de la luz.
Algo. Alguien. La
casa
entera como un
órgano palpitante,
respirando,
diciendo:tú, vosotros,
Ellos. Toda esa
química,
Todo ese frío.
¿Qué sentido tiene la poesía en
ese discurso de la muerte, entre esa asamblea de muertos cuyas voces se mezclan
hasta desbordar el aire, cuyos ecos tiemblan siempre en el filo de la
extinción?
Un poema solo puede ser una mancha. Una mariposa de Rorschach con alas afiladas.
Un idioma siempre
al borde de la extinción.
La historia es larga, largo su
dolor. El poeta pone sus ojos como puntos de luz sobre algunas heridas,
sabiendo que la mirada ajena, la memoria de todos puede mitigar la crueldad,
permite que rebrote la luz desde las grietas, sutura su hendidura.
La carretera de Almería es un
adelante sin retorno:
Hacia adelante, siempre. La carretera es una fosa común y hay que
avanzar
entre los muertos
sobre los muertos
desde los muertos
avanzar contra la muerte
porque la muerte
y a pesar de la muerte
y siempre hacia adelante por si la vida. Hacia el lugar donde nace el
sol. Apenas. Acaso. Para arder allí.
La carretera que conduce a la
mutilación y el espanto es un viaje circular. Su meta es ninguna parte.
También
las víctimas de la Talidomida hallan cobijo en este libro balsámico sobre la
crueldad.
Para que no regrese.
Para que no permanezca impune.
Ante la impunidad la poesía se
alza y se desgarra. Cuando la justicia ha ido perdiendo letras hasta pronunciar
vacío, grita la poesía su ley digna con una lengua herida que arroja sangre
sobre el rostro de la maldad.
Lame la pantalla. Lame este papel. Lame tus ojos.
Y lame tu lengua”.
Para que también tú, nosotros, escupamos,
escribamos; y la sangre sea múltiple y amiga; rastro de la verdad entre las
hienas del odio.
Así este libro en el que Raúl
Quinto es capaz de plantar cara a lo que duele, hacer visible lo que evitamos
mirar y construir. Y es, al tiempo, alta poesía.
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