Daniela Alcívar Bellolio
Editorial Candaya, 2019
Hay libros que entran bajo la piel
como parásitos. Su aguijón inocula prurito e insatisfacción; sus mandíbulas
irán abriendo túneles donde crecerán larvas de historias candentes, fotografías
de los rincones más turbios de cada biografía, halos de esos fantasmas que
residen en la mente y solo algunas veces pasean envueltos en neblina y hedor a
pena antigua.
Hay libros que son criptas de
dolor en los que, extrañamente, florecen azucenas. Para eso existe el arte, para eso se
ordenan las palabras que hacen literatura de lo sórdido y altura desde el
abismo.
Para eso, tal vez, se haya escrito Siberia.
El amor conflicto y llaga, los
vínculos como desgarradura, la vida cotidiana en estado de excepción, la
distancia que alimenta el desarraigo, el alcohol aceitando las junturas del no:
nosentir, nopensar, nodoler, negar lo que hiere, atenuar el desconsuelo, la
suciedad, el asco, la idea entrometida de Siberia que aparece en un cuerpo
transitorio habitado por ladridos y silencio.
Todo se da la mano, todo maldice
con la misma voz. Y luego se remansa en la imagen del hijo que cada día se
disuelve un poco más porque se va convirtiendo en la fibra de mis músculos y la
sangre que me corre por las venas.
Un niño pulverizado, convertido en
pelusa de infancia no vivida duerme bajo un limonero que riega el líquido
amniótico de unas lágrimas de madre. Sus ojos, su perfil rubio, sus facciones
perfectas que nunca conocieron la ternura del abrazo ni esbozarán sonrisas
perviven en la memoria de esa mujer abierta por la mitad que es ahora madre de
cicatriz, de cuerpo rajado para el horror y el grito en lugar de para la
canción de cuna de la vida.
Desde entonces la oscuridad la
reclama con voz de sirena desde un abismo que es río, que es bahía, mar de
niebla, que es recuerdos hilados cuya raíz se hunde en las propias raíces de la
mujer yanomadre, de la niña herida siempremadre. Y un gemido de comprensión
desgarra el aire viciado.
El mundo exterior se escinde del
interior. La lluvia es menos lluvia y la luz un eco insuficiente de la luz.
Porque por dentro la niebla tiene dedos crueles y cuesta razonar mientras sus
uñas desgarran el cerebro, desmenuzan sueño a sueño la irrealidad pintada en
las paredes de una habitación infantil que es ahora celda de ventanas tapiadas.
Donde la obsesión no es obsesión sino células en guerra, órganos en suspenso,
respiración amotinada.
Está adentro
pero también está afuera, en la calma y en todo lo que grita.
Esto es Siberia. Tanto
dolor dando vida, esta sí indestructible, a tanta belleza.
Hola, Pilar. Soy Alberto Chessa.
ResponderEliminarNos conocimos en la velada que organizó Chamán en el Café Comercial de Madrid. No hace de aquello ni dos meses, pero parece que ha pasado un mundo. Espero que estés bien, vaya por delante.
En estos días confinados he visitado tu "Vigía de tu paso" y me gustaría compartir contigo mi impresión de lectura. No tengo tu correo electrónico. El mío: albertochessa@gmail.com
Gracias y hasta pronto. Un abrazo,
Alberto