viernes, 18 de diciembre de 2015

DESPRENDIMIENTO



DESPRENDIMIENTO, UNA APROXIMACIÓN A LA VOZ DESPOJADA DE MARIANO SÁNCHEZ SOLER.
Mariano Sánchez Soler es autor de amplia trayectoria, templada en todos los fuegos y con un público fiel que le ha seguido a través de libros de investigación  histórica y periodística, relatos, novelas y ensayos, no en balde lleva casi cuarenta años empecinado en desnudar  la realidad con todo tipo de provocaciones, tanto para cantarla como para lamentar sus desconchones o hincarle el estilete de la crítica amarga. Pues nunca la injusticia ha dejado indiferente a un ángel tan fieramente humano, cuyo magro esqueleto ha cargado con armadura y baciyelmo, tizona y fusil ametrallador contra todo lo que ponía en pie de guerra su hambre de pie de paz.
   Con verso y en prosa, a cine o ingenio limpios y también negros, muy negros, ha ido Mariano despachando su obra hasta llegar después de varios años sin afrontar el género, a esta nueva entrega , en este caso poética, en la que se nos invita a recorrer un territorio de desencanto y desolación donde alienta el escalofrío dantesco: abandonad toda esperanza.
  El paso con que el hombre se aventura en este mundo titubea y cae, titubea y se afianza sobre desprendimiento y pérdidas. Así, un hecho físico y meramente circunstancial, un desprendimiento de retina hace ya algunos años, puede terminar siendo metáfora y anticipo del resto de la vida, mera antesala de otros despojamientos.

He señalado en el libro tres de esos posibles desprendimientos, que se corresponden con las tres partes en que el autor divide su poemario: PARA LOS QUE VIVEN, AMOR Y ADVERSIDAD Y QUÉ HACER.
I.- Desprendimiento: “Desinterés y desapego de las cosas materiales.”

Empezar un libro por el desenlace deja poco a la imaginación. Pero del mismo modo que estrenamos la película de la existencia sabiendo sobradamente cómo terminará, aquí se advierte sin dejar resquicios al autoengaño.
El poema “Desenlace”, cuyo pórtico es un verso de Cavafis: “y los persas terminarán pasando”, reconoce lo siguiente:

Y acabarán pasando,
alzaron su mentira
sobre nuestras cabezas
y sembraron el suelo
con alquitrán de sangre
hasta planchar la vida
para dejarla en nada.

 Pero incluso sabiéndolo, ¡qué prueba de inocencia ante una realidad con la máscara bien calada es ese querer salvar el mundo “frente a los malos”!, al parecer una de las misiones con las que el Capitán Sánchez se levanta cada mañana, a veces exultante y otras veces con el látex ajado. Porque a pesar de resistencias saguntinas y bravos mandobles quijotescos, los persas siempre terminan pasando. Los bárbaros, los poderosos, los desalmados. Parafraseando a García Calvo, “los que saben”.
Y es esa firmeza que planta cara al fracaso seguro lo que lo hace aún más humano, desde  la grandeza del perdedor ante la infamia y las traiciones:

Sé que no hay otro modo
de resultar humano,
por eso me detengo:
para ser el que soy
mientras vencen aquellos
que sumergen la vida
en un líquido infame…

  Dice Cioran: “en el transcurso de la vida las decepciones vuelven el mundo transparente, de suerte que “se ve” hasta el fondo aquello que hasta entonces solo habíamos logrado intuir muy vagamente.”
  Llega un momento en que la decepción y el miedo se apoderan del ánimo. La adrenalina combatiente es sustituida por la conciencia del peligro, por la lastimosa confirmación de que no hay remedio y toda huida concluye en la orilla de un mar hermético que frena los adelantes o los anega.
 
  No en vano leemos desde el principio palabras de desaliento –o acaso madurez- como fracaso, rémora,miedo, ilusiones ajadas, maltrechas, malheridas, fango, dolor, mástiles desolados, sudarios marchitos, arriar, arriar… con bien poco margen para el canto, para una celebración solo posible con la vista amputada, con la conciencia adormecida por el loto del conformismo o la renuncia.

  La metáfora de la vida como travesía, una travesía más que mítica que se sustenta en el niño que jugaba a ser héroe y conquistar lejanas tierras para hacerlas cercanas y de todos,  recorre poderosa los poemas de Mariano que ahora, abatido por galernas y naufragios, reconoce en varios de ellos:
      Ya no soy el pirata de la vida optimista / que combatió su miedo.

O: Nosotros, los jóvenes rebeldes
O: seguir en pie,
     combado sobre rocas
     afiladas de angustia
     y de cuchillos;”

 II. Desprendimiento: Largueza, desinterés, generosidad.
  Si la verdadera poesía no es más que, en palabras del  poeta y crítico José Luis Morante, “un acercamiento a la intimidad para poner sobre lo vivido un destello de luz”, aquí tenemos una preciosa muestra de ese destello que intenta disipar las irrefutables sombras de toda existencia. Que es consciente del dolor del mundo y por eso lo embrida mediante la palabra generosa que ofrece en comunión, única épica posible cuando se han perdido las demás batallas. Es, según el propio poeta: “tratar de iluminar la zona de sombra”, objetivo que anima no solo su obra poética sino, desde luego, también la de investigación detrás de la verdad de las mentiras. Aunque eso suponga:

apretar el dolor con los dientes
para desmenuzarlo, para tragar mejor
su arista amarga.

 El único antídoto contra el dolor lo inoculan los labios de quienes nos aman, lo esparcen las manos de quienes sostienen en las suyas la hebra transparente de la dicha. Y también de esa caricia hay mención, hay paisaje compartido con los lectores frente a la urgencia de desafiar el tiempo airado.
  Este es el reino acuático de los amables sedales de tus dedos, /las acuarelas dulces de tu abrazo/ que tanto necesito.

  De los : besos juguetes pasajeros, insaciables e incontables.
  De los labios como barcas a la deriva, de las manos como antorchas que querían quemar el mar…

Versos desbordantes de sensualidad y sales que hablan de quienes han sabido cortar la flor del instante mientras la nave va; de aquellos navegantes curtidos por travesías y cicatrices que, sin embargo, siguen luchando juntos, siempre en AHORA, como se evidencia en Declaración:
Aunque guardas
arrumbadas en un álbum
aquellas fotos
que contienen nuestro amor,
el pasado no existe;
se fue implacable
de nuestros corazones
hace ya mucho tiempo.
Amar es para hoy,
minuto tras minuto,
sin canciones ni adornos,
de ola en ola
cuando llega el naufragio,
y en cada nuevo beso
saber que nos tenemos.

 III. Desprendimiento: separación de lo que estaba unido.   Med. Separación de un órgano o de parte de él del lugar en que estaba.
Esta última parte del poemario vuelve al planteamiento: igual que la retina, cansada de ver tanto, se deslumbra en la no luz, cae del ojo como las hojas caen y con ellas los sueños; igual que se atropellan las imágenes aceleradas de nuestra vida mientras se van apagando, o eso puede llegar a  parecernos, cada uno de nuestros sentidos: voz-melodía-vista-roce-aroma; cada uno de nuestros entusiasmos, igual, decía:

se ha marchado el futuro
sin avisar siquiera.
  Y ya ni la ciudad que acogía y nombraba sigue siendo la misma. Su habitante feliz de antaño se ha convertido en “transeúnte vencido luchando contra el tiempo”, esa lucha perdida de antemano , pues el azul Alicante es, en su presente, más que nunca, Alacant blues.
  Afirmaba Mariano en una entrevista reciente que “escribiría desde el mismísimo infierno”. Pero quizás nunca pensó que ese infierno fuera el que traiciona la memoria y retrata en DESTELLO:

En mi lugar de infancia
que apenas sobrevive
al margen de mi tiempo,
mientras tan solo espera
que las excavadoras
urbanicen el mar.

 Esperanza y jarros gélidos, naufragio y mares desolados que se atraviesan a vela rasgada, y aun así, cuántos intentos por salir a flote, y aun así cuánto sentimiento de derrota, cómo uno es al fin hombre deshabitado de todo lo que fue, en su quimera de eternidad, carne y sangre de afectos, huesos de furia gloriosa y tan brevemente ardidos.
  Y el amor como leño de salvación y franela del consuelo,
  y la partida de lo más amado,
  y la melancolía que se combate a duras penas con un “¡enfréntate a la vida!” que es, a la postre, un ¡enfréntate a la muerte! “mirándola fijamente a los ojos”, como anuncia en TOMBSTONE:

Se me hace tarde ya, debo marcharme,
pero debéis saber
que me enfrenté a la vida
como en un duelo a muerte,
mirándola directamente a los ojos.

 Directamente a los ojos, sí.
Como miran los niños y los valientes.

Pilar Blanco

 

viernes, 6 de noviembre de 2015

Meditación sobre lo ya huido



Sin pasos. Con ausencia

 ¿Dónde, pues, el alma? ¿Dónde el grito escanciado
sobre un cristal de brillo quebradizo,
dónde la ofrenda de sangre para lavar la sangre?
Pido el temblor, la respuesta insoslayable
y rocías mis ojos con alud de palabras,
entonas la homilía del nosotros, del todos,
de una lucha
que no implica, que ya no deja heridos,
dolor de carne y hueso en la garganta.
No me vale el mañana, no arrastro hasta el presente lo que antaño fue flor,
lo que creció en los surcos y hoy son muertos de nadie en cunetas de invisibilidad y despedida,
en legajos de nadie,
muertos que no se lloran.

Muerta por lengua ajena, desahuciada de la morada amarga de otro pulso,
dejo aquí el abandono;
recojo aquí los pasos nunca dados, los añicos,
su constancia en la ruina.

viernes, 2 de octubre de 2015

Brújula para situar Ejes y Alcortas.

Ejes cardinales, de Carlos Alcorta


Dice Leopoldo Sánchez en su prólogo de la antología Ejes cardinales que la poesía de Carlos Alcorta es un aprendizaje de la mirada. Pues, en palabras del propio poeta, “quien aprende a mirar aprende a ser”, acaso como quien vive aprende a descubrirse en cada paso o tropiezo de la vida, ese viaje a ciegas y sombraluces.
Al final, desde el principio, todo es viaje. El viaje de las palabras como ariete y escudo del sentimiento a través de una historia repetida y distinta, la que mira hacia atrás con ira, aceptación o con nostalgia, la que se proyecta hacia un futuro imprevisible y no siempre deseado. ¡Ay, el poeta y su rémora de recuerdos levantiscos!
Al final, desde el principio, un yo se escudriña, encara a un tú polivalente y silencioso, se hiere en las aristas de la misma piedra de siempresufrir en su dolor narcótico. Da forma al día  su cotidianidad de calles y relojes, casa vacía-corazón vacío-esperanza vacía y futuro que “se sostiene en andamios quebradizos” y buenas intenciones, fe y esperanza que son, al cabo, “senderos de arenas movedizas” tan inevitables como letales.
Pero
“otra es la vida que comienza ahora”
Otra es siempre la vida que no hace sino empezar una y otra vez. En cuerpos distintos, en océanos nuevos y siemprelmismo, aferrando a manos desolladas los cabos del desamor, viajando en círculo alrededor de las tinieblas.
El circuito cerrado de una vida literaria se bate en frentes muy contados. Porque escribir es dejar testimonio. ¿De qué? De la infancia perdida, del amor, del abanico de abandonos y recuerdos; del cuerpo sucesivo que nos atrapa, de la aventura de escribir y buscar en la lectura semejantes eternos, de la necesidad de la mirada, que es llave del decir; la poesía como sistema para revisitar tiempos extintos, sea para añorarlos o para renegar de ellos. Y muchas veces también, como se ve en Corriente subterránea, para dejarse poseer por la voz de los artistas muertos. Así Octavio Paz, Torga, Oteiza, Antonio Machado, Doisneau, Virgilio… tantos como hayan suscitado la curiosidad lectora, la avidez observadora de la que se nutre sin máscaras el escritor.
En la voz de quiene escribe en la noche atravesado por la sed del náufrago y el vértigo del alpinista extraviado en la altura.
De quien siente que “la escritura es la trampa. Yo el señuelo.”
La escritura es la red y el poeta el pájaro atrapado en la trama que él mismo trenza.
Leer una antología que abarca la amplia peripecia poética de su autor supone una ruta arriesgada y gozosa. Como fue seguramente recopilarla para el poeta. Libro tras libro la mirada navega. Se detiene en una contemplación fruto de muchas miradas anteriores: la de la memoria perdida y traicionera, pero también traicionada tantas veces. La de un presente que mide su territorio con la vara embellecida de los recuerdos que incluso azucaran el dolor.
Una antología es un compendio de miradas. Nunca y siempre la misma. Aunque el horizonte que aguarda es el que nació con cada uno de nosotros, el camino ofrece diferentes paisajes. El caminante, sed nueva.
La presencia de lo verde, de lo húmedo. De lo azul y cambiante. De la violencia del tiempo y las espumas.
Los ojos del poeta zurcen pasado y hoy y todas las contradicciones que enturbian la conciencia del ser y hacen ramillete con las “negras flores de la nostalgia”.
El cuerpo se tiende a contemplar. Se deja ir, como se van las nubes en su deriva impensada. Como los sueños cruzan ante los ojos sin que lleguen las manos a atraparlos.
Contemplación de un alma que no tiene garras, que no tiene raíz, que es sargazo flotante sobre el mar.
Solo se salva uno desde adentro. Lo que permanece tras cada naufragio. La roca que moldean las tormentas.
Sí, la mirada, como la naturaleza, puede reconciliarse con el mundo. Y contemplar. La propia finitud nos enfrenta a lo perenne. La piedra, aun sin sentido, sigue anclada en ser piedra; el árbol que plantamos, cada vez más sólido y erguido mientras que la mano que lo sembró en la tierra está cada vez más cerca de ser tierra.
Preguntarse por el espacio, el peso que dejaremos en ella.
Lo breve, lo que se inclina.
Y aun así, sentir cómo el latido de la carne perpetuándose justifica el viaje. Mientras que la palabra reverdece la vida, es altura y canto contra el tiempo. A favor de la piel y lo sagrado.
El último libro antologado, el Ahora es la noche de 2012, reta al yo a la prueba del espejo para abordar su mirada frente a frente, para darle vuelo a una reflexión que necesita que la música suene de fondo para no distraer del ejercicio de ver. Que es explorar y aprehender.
Y la mirada sale al exterior y se nimba de pájaros y caballos. Los colores del día, lo próximo, y el aroma de lo lejano y salvaje, el cansancio mojado de la luz.
Con una coherencia en el decir que fluye sin estridencias, Ejes cardinales ofrece buena muestra del mundo poético y vital de su autor desde que se echó a andar con su morral de versos hace ya algunos años. Los suficientes para que se justifique esta visión compilada que tantos momentos de reflexión, complicidad y deslumbramiento produce en los lectores.
 

jueves, 27 de agosto de 2015

Toma de tierra



      TOMA DE TIERRA. Ester Folgueral. Ed. Gravitaciones 2015



I. El Vulnerable Animal (La cazadora de astros).-

En algún lugar remoto de la conciencia de las mujeres hay un bosque cuyos senderos conducen al desaguadero de la memoria. Una memoria incierta y por ello fértil. Ilimitada, por eso mismo de márgenes difusos. Como la vida en su trapecio. Como el puente carcomido de la realidad.

El bosque está habitado por criaturas vulnerables. Atravesado de niebla y trampantojos. En él brotan flores que cantan. Y se deslizan, gimen, saltan, se ocultan y aguardan qué... vacas, lombrices, caracoles o escarabajos, orugas, hormigas, urracas, arañas. Todo lo animal frente a (¿a la par de?) la desasida humanidad que palpita en los poemas.
En el bosque alcanza nueva forma la casa primera, aquella cueva sin enigmas que recoge la sombra aún tibia de los muertos.

Lo tangible y lo difuso. Lo que se resiste a partir.

Todo lo que retiene la memoria del poeta, tramado con trazos de alfabeto y desamparo.

Desde las palabras el bosque se hace pueblo. Con puertas y escaleras y estantes y manteles tendidos. Un pueblo como Comala, hogar de fantasmas que olvidaron quiénes fueron.
No importa.

Detrás de los árboles está el hueso de los árboles. Y el poema choca con él, de su fragilidad se fortalece.
Y la voz de la poeta choca con la muerte; y las palabras de la poeta arden en su íntima hoguera para espantar la muerte.

Cuanto más la pronuncia más la hará florecer.

II. El Río Lava El Tiempo (La mujer tan a oscuras).-

En alguna parte hay una criatura dispuesta a hacernos daño.
La cazadora de astros cae atravesada por el dardo del frío.

Pero al fin el agua lame-lava la sangre. La raíz se ramifica en sus entrañas para romperla, para arraigar añicos.
Y se rompe. Y de la cascada de su dolor, de sus vísceras de nuevo derramadas surge el poema.

Tras una mujer manantial de dolor hay un hombre pequeño que llora de miedo con su boca de pájaro. Y el bosque como refugio en que se adentran a morir las criaturas vulnerables. O a construir atalayas de la nueva vida.
Los espectros también se han refugiado ahí. Su materia no asusta, acoge desde un más allá clemente.

estrellas que no curan”, “caricias frías”, “ musgo seco”, “humo tóxico”…

La semilla sembrada en un suelo que no fructificará.
Todo muere
en algún lugar,

Y todo resucita un poco más adelante convertido en abrazo. Convertido en escritura. Lo fugaz para siempre, contra el veneno que inoculan los ángeles:

Solo plumas recogí del ángel enfermo,
plumas bajo mis pies como cuchillas,
y esta maldita costumbre de andar descalza,
cargando con el mundo y tan a oscuras.
Y tan a oscuras. Soledad poliédrica, con todos los matices de las sombras. Con todos sus cuchillos.
Duele leer la mutilación de la lengua que no quiere decir el nombre que la muerde. Duelen los propósitos, las apelaciones a la resistencia. Porque las mujeres fuertes hacen su pan con la harina amasada desde la herida. Porque vencen la espada que atravesó sus vientres. Y la muerte es solo una de las caras. La otra forma un libro, una vida, ese tapiz de espanto que florece.

Soy la obediente escriba del dolor. Limpio
con palabras la herida.

 III. Resistencia (La tejedora de vestidos para los pájaros).-

Todo muere en algún lugar,
para que viva.
Cada muerte trae la semilla de la vida futura. Escribir es abrise en dos para parirla. La has dejado nacer y ahora camina sola y tú caminas sola. Y los muertos no vuelven. Tampoco los del corazón, aquellos impostores cuya lengua desgarra.
El libro va desgajándose página a página. El libro va soltando amarras y pájaros. Se lanza al río. Esa agua que no vuelve se lleva los amormío que ya nunca se pronunciarán salvo en sueños: el sueño de la piel y el de la saliva.

Dejar al aire la cicatriz. Al hielo y su intemperie sanadora. Que se sacie.

Todo hay que aprenderlo de nuevo.

Aprender a andar. A tantear las paredes arañando su cal. Aprender a hablar.
Entonces sí. Tomar tierra. Aprender a amar y a escribirlo.

Con ancla e impulso y fuerza nuevos.

Con la fuerza, el ancla y el impulso que encontramos en el quinto poemario de Ester Folgueral, donde la madurez poética y la poderosa voz que la erosión de los años ha moldeado coinciden y conforman este libro excelente y verdadero.

 

 

viernes, 3 de abril de 2015

Fuego de astillas



 FUEGO DE ASTILLAS
 

 Poeta: quien piensa continuamente en otra cosa. Su distracción lleva a los otros a desesperarse. Es posible que ni siquiera tenga sentimientos humanos.

Czeslaw Milosz

Desde esta peculiar cita que abre Astillas ya se nos advierte de que el libro indagará en las entrañas de la creación poética desde su origen, desde el extraño ser que es el poeta, siempre en la cápsula de sus pensamientos, humano e inhumano, ángel y eterno niño, Prometeo que se come el fuego que robó, que arde en él y en su pira se caldea la humanidad. El raro. El otro. El de los ojos de lechuza.
Y ahí tenemos al poeta Curiel en su distracción y en su hoguera, alimentada, como él mismo revela, del simbolismo francés y del romanticismo alemán o centroeuropeo; de Gamoneda, Claudio Rodríguez, Holan, Valente,Tralk, René Char, San Juan, Miguel Torga, Mandelstan, Kafka, Uxío Novoneyra, Celan, Walser, Ajmátova… todos ellos poetas únicos y, por necesidad, “francotiradores y libres”, palabras estas que aplica probablemente a su propio concepto de poeta: el francotirador. Contra su propia necesidad de escribir y contra el lenguaje, ese cómplice, esa argamasa, ese enemigo con el que no caben más que el combate a vida o muerte y la fusión a muerte o vida.
Y el libre. Sea para elegir los dardos envenenados con que nombrar el mundo. Para alzarse sobre un lenguaje corrompido por el poder y, al tiempo, por los mismos que proclaman defenderlo, o para ir contra sí mismo a sabiendas de que, como dijo Cioran, el poema aplastará al poeta. Y ahí radica parte de su grandeza. Y también su misterio.
Ángel Luis Luján ha señalado el entronque de la poesía de Curiel con los elementos, con lo telúrico. Y nos invita a que sigamos el hilo de sus poemarios, donde está presente el fuego de Verano junto al aire de Hálito y Mal de altura; la tierra en Piedras, la luz en Diario de la luz y Luminarias y, sobre todo, el agua: Por efecto de las aguas, Los sumergidos, Hacer hielo, y por supuesto su antología El agua, poesía 2002-2012 Ya veremos hacia qué territorio, que los recoge todos, se decanta Astillas, pues no son estos sino los principios en los que se inscribe la gran pregunta, la búsqueda infinita, la razón insoslayable que anima a cualquier poeta. Con distintas lecturas, con matices distintos. Desde lo cotidiano a lo que aún no tiene nombre.
También Luis Luna se ha enfrentado a la propuesta poética de Curiel para llegar a la conclusión de pretende “apresar la descomposición del instante”, yendo más allá del tópico de la fugacidad del momento tantas veces detenido por la literatura; tantas veces confirmado por las leyes de la existencia.
La poesía de M.A.C. construye un mundo propio con un código de sugerencias y silencios que es necesario desentrañar. Pero ese territorio de exigencia para el lector se transforma en el más cálido refugio cuando se consigue penetrar en él. Entonces se pasa a ser cómplice y nota indispensable en la polifonía de agua e inmersión, de hielo, luz y lumbre, de piedras y de astillas que aportan los materiales de esta profunda arquitectura de aire.
En Astillas nos volvemos a encontrar con los rasgos más singulares del lenguaje poético de Curiel y en general de toda aquella poesía que pretende sondear el misterio porque no se conforma con señalar su hoyo con banderines rojos: la elipsis incitadora, la imagen sin el ornamento del exceso, la intensidad simbólica… Sugerir, señalar. Pues ha de ser el ojo el que siga lo que el índice apunta. Y la inteligencia la que desenvuelva el regalo de la emoción.
Sobre esto profundiza el poeta  en una entrevista de 2013 para Tendencias 21: “Mi poesía intenta desde hace algunos años adentrarse en esos espacios de misterio. Diría en relación a esto que cada vez hay más silencio alrededor de mis palabras, silencio y luz, materiales poco proclives a la adjetivación, más bien escurridizos, casi invisibles. Pero no se trata de una luz que ilumina lo oscuro, sino una luz que llama, lejana, que guía, una luz fuera de nosotros mismos, a diferencia del silencio, el cual es el mismo, tanto el que hay fuera del poeta –en el mundo- como el que habita por dentro al poeta, se trata entonces de un único silencio, una única materia.”
Desde este silencio germinador el poeta es huerfano de sí mismo. Su propio padre, su sol y su frío, su todo y su nada. Lo que permanece en el interior más inexpugnable. Lo que se vuelca. Lo que se va y lo que se arraiga. Vida y muerte, juego de contrarios. Esta idea se repite en muchos poemas de este libro y quizás pertenezca a la decantación misma del acto creador.
Arraigar. Agarrar. Arrancar.

Muerte. Memoria. Luz.
Esencial. Vegetal. Abisal.

Un majuelo
es lo que soy, dice.

Una de esas hojas
en el aire soy. Insiste.

Las palabras raíz crecen hacia adentro, como de la tierra nace el árbol con destino a la luz. De esa contradicción, la poesía. Aunque para el poeta sea: empobrecer con nuestra voz el mundo, cuánto más pobre sería este sin esa música silente y hondísima.
La naturaleza ocupa en la obra de Curiel un lugar relevante, como he señalado anteriormente. El poeta no es un ser desubicado aunque pudiera parecerlo, sino anclado a un paisaje que no nos esconde: Jaraíz, Gredos, Extremadura toda, las Castillas, árboles y nieve y a veces la lengua líquida de Galicia. Y pájaros, muchos pájaros, vínculos alados entre el cuerpoatierra y el cielo, centro de la luz.
A lo largo de esos senderos, de la mano de su misma sombra, la voz se va haciendo poderosa sin alzarse nunca, como quien grita hacia adentro mientras el exterior estalla en trinos, mientras la luz entenebrece, donde los álamos negros, donde las amapolas negras, donde las grullas negras, donde las hojas negras, donde los pájaros negros, donde las torcaces negras, donde las estrellas negras, donde los chopos negros, tragando el polvo de todos los caminos, poeta itinerante que no consigue moverse de su sitio y, por lo tanto, se sienta a esperar que sea la vida, sus espacios y tiempos, la que ruede hacia él. Y mientras: No ser.        Nada.      Hierba seca.
Como la soledad desde la que se reflexiona, como la mirada de la memoria, que es ahora y pasado, que es nieve y su fulgor:

Descendía

frenándose

a cada paso

para no resbalar

en los pastos

tejidos por la luz.

Así se iba

corriendo el niño

tras su niñez.


Castilla es el vuelo del místico, el más allá de la materia. Extremadura la contemplación del milagro vegetal, el lenguaje de los árboles. Galicia el enigma nunca desvelado del todo, el pan con su lima dentro. La fuerza del depende.
Todo este itinerario no transcurre en línea recta. Se asciende con la pasión de los elementos. Se tritura el vuelo hasta volverlo escombros. Se transforma en fuego la ceniza: pero ahí está el hombre / que injerta dolor a la alegría.
Pero no pensemos que lo referencial es, en Curiel, un componente imprescindible. Tan solo forma el guijo que rellena el camino. Porque estos poemas están construidos bajo la sugerencia y no bajo los focos de lo evidente. Bajo la elipsis y no con la certeza del incontestable decir. Y ese mundo itinerante podría ser cualquier otro. Roma, las ciudades alemanas, podría ser íntimo, destilado por los poetas muertos o adivinado en aquellos que no han nacido aún.
La poesía es la fuente del agua de la vida, también de su reverso, el limo de la muerte. Y si le quedan pequeños los límites genéricos, estróficos o culturales, también se lo parecen a este poeta sin ataduras, que se concentra en mínimos o se expande en divagaciones en prosa semejantes a lo que Lorca llamaba prosías al hablar de Pedro Salinas. Que se apoya en lenguas y filósofos, en citas y presencias, en hálitos y silencios. Porque la ruta que se transita acompañado por los ecos y las voces, la tiniebla y la luz blanca, de Vermeer a Cicerón, de Horacio a Ungaretti y de este a Mandelstam, palabras, imágenes, aún no corrompidas, aún no consabidas, esa es la que se sustrae a las campanas de la muerte. La que entronca con el viejo anhelo –compartido anhelo- de alcanzar la transparencia.
De rozar lo esencial. Las palabras del siempre. El ángel de la esencialidad, ese dejarse ir que ha ido ganando los poemas y las reflexiones prosapoéticas y ha creado un universo de la referencia en que nada es solo lo que es, ni la nieve nieve ni el aire aire ni el frío frío ni el hombre únicamente cuerpo desnudo frente a la animalidad. De los perros y los pájaros y el unomismo, su yotú, sus ojos-peso-cuerpo-huella-ángel, ángel, anhelo de lo NO.
Y por otro lado siempre la muerte, cosida a la vida. Vida-muerte caminando juntas con los ojos cosidos. Llevando en la concavidad de las manos ese temblor del pajarillo de la muerte.
Pero no el dolor. Extrañamente, no el dolor. Por todas las esquinas la muerte, su presencia no temida, compartida en el frío, compartida en la claridad que ciega, en la noche que habla. Ausencia del dolor. Alegoría de lo claro y de lo oscuro que se revela en el asumido: Alegría sí, felicidad no.
Así, en la contradicción, construyen algunos poetas su montículo de certezas y de dudas. Así, para Curiel desaparece lo real en el hueco excavado por los topos del tiempo, por los topos que desmenuzan los límites.
¿”Astillo palabras” significa que nada vale en su totalidad? ¿O que trituro su dureza para hacerla próxima, manejable, afín a la boca desdentada del lector?
Astillas bajo los dedos. De la madera consumida, de las ideas fragmentadas. Ese instante no es un todo sino su multiplicación. De su serrín, de sus cenizas, de su amalgama que entra en las venas y nutre de savia áspera el árbol de la poesía, del lenguaje al fin surge el poeta, que siempre va más allá que el hombre en que se encarna:
Soy ese chopo,
se lo ha bebido

todo y sube.
Soy ese

que es más alto
que yo.

Habla el poeta que recoge y resume adverbios, que doma la distancia y la encierra en un solo vocablo: solo sé decir allí/ donde nunca voy a ir. De este modo, el “allí” está siempre más acá, en la nervadura del corazón. Ese paisaje que es para Curiel fin y principio, pájaro y llama, dentro y fuera, el punto desde el que se mira; la mirada hacia lo sumergido en el ojo.
OCTUBRE
Cielo,

tumba abierta. 

En los días grises

todo cerrado.

La llovizna leve

hace

que todo

lo demás

pese.

 Vaho en el cristal,
ilusión

de ser más allá,

 o ser un junco

para no ser nada.

En la nieve

parecen

más fáciles

de arrancar.

 Esencialidad. Pero no como calidad de lo esencial, sino como la capacidad del espíritu para dejar a un lado lo que no nutre, para colocar entre paréntesis lo que le quita altura. Así quedan encarnados en este libro esos dos elementos, esos dos alimentos imprescindibles: pan, leche, pájaro, vuelo.

Y acaso el anhelo místico de una nada que encierra el todo. Que abre desde el vacío ventanas a la inalcanzable plenitud.
¿Y lo demás? ¿Con qué hieren las astillas?

Al decir: Esquirlas//entre //las astillas ¿ habla Curiel del residuo de la palabra que se clava en los párpados, que deja al aire la nitidez tras cortar la membrana de la realidad?
¿Habla del sabor metálico de la extrañeza que compone la base del poema?

Busquemos dentro lo que no se dice, porque en realidad se dice:

ASTILLAS

 Esquirlas

entre

las astillas.

Pasitos

por lo basto.

Lo borroso del ser

es lo más claro

y la ceniza

otra nieve.

 
La pureza. La verdad agazapada bajo su opuesta, encubierta por capas de hermética transparencia. Y detrás lo infinito. La palabra. Donde la poesía.
Banderas que ondear. En lucha contra qué. Contra la jaula que encarcela la voz Hasta que el lenguaje del poeta// sea arena.
Hasta que el poeta sea arena y pronuncie con su boca de arena. Y rescate de la arena su sueño, su impotencia, toda la extrañeza. Su libertad. Y consiga, como defiende Alain Busquet: no escribir: ser escritura.

Trascender la materia insuficiente, soltar la amarga cuerda que esclaviza al albatros:
Pájaro atado al mundo. //
 
No quepo en él.